Hay quien dice que todo
esto será arrasado por una gran ola.
Hay quien dice que es inminente, y que se llevará casi todo lo que conocemos.
Tú, por ejemplo, quizá
estés paseando por la Caleta cuando la gran ola te lleve por el canal de Ponce
hasta dejarte flotando en las aguas turbias de la bahía.
Tú y tú, quizá estéis
folgando en un coqueto hotel del centro con torre vigía cuando la gran ola, de
repente, os transporte en una batidora de enseres, y es posible que beséis ora
una mesilla de noche, ora una bandeja de plata y, alguna que otra vez, coincidan
de nuevo vuestros sexos, quizá cuando os aposente con suavidad en un lecho
fenicio en Doña Blanca.
Casi todo se irá con la
gran ola, y el puñal de Juan Cantueso girará entre transistores, carajos de
mar, radiadores, piedras ostioneras, tapas de El Faro, sapinas, colillas y
robalos, pero sin que en ningún momento ese puñal, el moreno de Juan Cantueso, pierda su
filo.
Un instituto de Jerez
perderá sus aulas, sus alumnos y hasta su nuevo nombre, pero Cuqui seguirá
aprendiendo de la vida a base de miradas furtivas a unos polvos y a sus lodos.
Tardarán meses en secarse
las cuevas de María Moco, el Beaterio, los vomitorios del Teatro Romano y el
aljibe de la Casa del Obispo, pero siempre, por los siglos de los siglos, habrá
un rizo de espuma que desclave entre risas a un pescador y una señorita bien de
calesa y miriñaque. Lo sé, y esto lo verán los ojos del tiempo.
Casi todo se irá con la
gran ola, y luego todo parará, menos el príncipe de Trastamara, que seguirá
cayendo, irremediablemente, por los siglos de los siglos, desde su balcón del
Alcazar de Segovia.
La gran ola arrasará el
Yemen, y removerá cada uno de los granos de arena de su desierto, pero no podrá
con las tinajas cargadas de crónicas, siglos y miedos en el museo de Rub
Al-Khäli, asentadas en el lecho del tiempo como áncoras de plomo.
Podrán venir cien mil olas,
pero la furia de su espuma será niebla transparente, inofensiva. Porque si
acaso, como mucho, refrescará los bajos de la Legionaria y sus ardores, o dará
más brillo, si cabe, a las escamas caleteras de la corona de Fernando.
En memoria de Fernando Quiñones
Antonio Díaz González
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