Equilibrio
Los seres
humanos somos paradójicos e incoherentes. No sólo por la contradicción que
enfrenta nuestras ideas, nuestras palabras y nuestros comportamientos sino,
también, por la permanente ambigüedad y por la, a veces, disparatada
incongruencia de muchos de nuestros pensamientos, emociones, deseos, temores y
sensaciones. Nuestro equilibrio –físico, psíquico y moral- es el resultado de
las contradictorias fuerzas que nos empujan hacia fuera y hacia adentro, hacia
arriba y hacia abajo, hacia el pasado y hacia el futuro, hacia nosotros mismos
y hacia los demás. La salud, el bienestar, la lucidez e, incluso, la bondad,
consisten, sobre todo, en una adecuada combinación de presiones opuestas, de
impulsos y de resistencias, de deseos y de temores, de afirmaciones y de
negaciones: es una cuestión de dosis y de proporción. ¿Recuerdan cuando nos
decían que la virtud estaba en el medio?
Fijaos,
amigos, cómo la avidez de realidad coexiste en nosotros con el impulso a la huida
de la realidad. Si nos situamos en el ámbito de la Historia de la Filosofía,
podremos comprobar que existen ciertas formas de pensamiento y de
comportamiento caracterizadas por un notable “gusto” por la realidad y otras
que se definen por un singular "asco" a la realidad. El gran
innovador Parménides de Elea (530 a. C.
y el 515 a. C) a quien Platón denominó “El grande”, habla de las dos vías; a la
primera la llama el camino de la sensibilidad (aísthesis) y a la segunda, la senda del pensamiento (nous).
Las formas
extremas serían el amor a la materia de los atomistas y el odio a la materia de
los neoplatónicos. Los teóricos repiten esta misma oposición cuando dividen la
Literatura Universal en dos grandes categorías: la de los platónicos o
idealistas – que, como los trovadores, Ariosto, Shakespeare, Yeats y Mallarmé
cantan la idea o la esencia de ese
objeto - y la de los aristotélicos o realistas. – que, como Galdós, Zola o
Pardo Bazán, pintan con detalle el dato
sensible e, incluso, la realidad cotidiana y vulgar. La experiencia personal de cada uno de nosotros
nos dice que todos –también tú y yo, que presumimos de coherentes- estamos
partidos en dos, divididos por fuerzas que nos tiran a uno y a otro lado. Como
todos sabemos, en El Quijote podemos contemplar los detalles de los dos
modelos antagónicos: el idealista que aspira a un ideal de gloria y honor, y el
contrapunto del realista que se contenta
con interpretar las cosas y las acciones con las claves que le proporcionan sus
sentidos, sus emociones y sus experiencias personales.
José Antonio Hernández Guerrero
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