Salir de nuestro castillo y mirar al horizonte nos invita a percibir la
generosidad.
El patriotismo necesita de la
generosidad como la simiente en el campo necesita del agua. Podrán existir la
tierra y la mano del hombre que reparta la semilla, aunque, no será posible
fruto alguno si ambas no quedan regadas por el agua generosa.
En ausencia de generosidad la tierra
permanecerá y la simiente quedará estéril bajo los surcos, o escondida en el
granero; más no habrá cosecha. La tierra, entonces quedará en espera de otras
personas que sepan repartir generosamente el agua que haga posible el
crecimiento de las espigas, las espigas que aglutinan a los hombres y mujeres
entorno a un pueblo, que en tal caso, no podrá ser doblegado por las sequías,
las heladas, el fuego o las tormentas. Tal es el poder de la generosidad.
Hay veces que llegado el caso, la generosidad eclosiona de
forma espontanea, y eso sin duda es una cualidad admirable. Lo cierto es que
aprovechando esta disposición, me gustaría reflexionar sobre la generosidad no
ya como una expresión espontanea ante sucesos o circunstancias excepcionales, más
o menos graves, sino como una causa: la generosidad como causa raíz. Este ángulo
de visión ¾visión inversa¾ quizá nos incite a preguntarnos
sobre las consecuencias, es decir, conocida la raíz: la generosidad, entender cuáles
serían las evidencias, los frutos o las manifestaciones nacidas de esa raíz generosa.
Frutos innatos de la generosidad, cuya sabia, correría por
las ramas de las acciones y emociones individuales que, transformadas a la luz
del sol mediante su ejercicio extensivo, se transformarían en manifestaciones
externas generales formando un corpus,
cuyo resultado final, quedaría a la vista tan claro e incontestable como los
árboles en el paisaje o las maneras en el paisanaje.
Siendo conscientes de que estamos ante una de esas ecuaciones
en las que los términos sumandos son incontables, veamos algunos de esos
atributos sin ánimo de querer o poder abarcarlo todo, aunque sí toda la
sustancia, o al menos la parte de ella capaz de incitarnos a la reflexión,
primero individual y en última instancia colectiva:
1. El escalón de la puerta.
Ese lugar del espacio que separa lo que es mío de lo que es de
fuera o de nadie, o bien, lo privado de lo común, según que el escalón de la puerta adopte un signo negativo
o positivo.
Dice el refranero: “año
de nieves año de bienes.”, para añadir como apuntillando: “en tu casa si los tienes.”. Todo el
mundo comprende que este sería el caso de un escalón de la puerta negativo, claro. Aunque esta variable también
podría adoptar la forma de: “la unión
hace la fuerza.” y, en este caso la variable sería positiva, pues suma en
lugar de restar. Aunar la fuerza propia con la del vecino, parece mejor
estrategia que contenerse en casa con una tribu de enrocados celadores de los
bienes que repartió la nevada allende el escalón.
Entender que el paso del umbral de la puerta hacia fuera significa
la entrada al hogar común, nos haría percibir que pertenecemos a un pueblo, a
una nación, a una comunidad en la que sentirnos serenamente orgullosos por quedar
rodeados de compatriotas que, con nosotros, comparten y a la vez conforman la
casa común levantada por personas aunadas en mimar día a día lo que es de todos.
2. Al mirar.
Es una actitud que se manifiesta en el tiempo y en el espacio
y actúa como un indicador de fortaleza o debilidad.
“Antes con mis dientes que mis
parientes” dice otra
vez el refranero. Ya hemos traspasado el escalón, nuestros pies se sostienen sobre
un acerado o una carretera, y también constatamos que al cruzar la calle lo
hacemos por un paso de peatones regulado por un semáforo, y que podemos ver un
rótulo que nos señala una escuela, una universidad y un hospital, y nosotros,
claro, al mirar todo aquello podemos reflexionar sobre el sostenimiento de la casa
común, o también, en la manera de evadirnos y no cumplir con nuestra aportación
a todo lo que nos rodea y utilizamos, pensando en que, eso, no queda del escalón
de la puerta para adentro, y que, al ser de fuera es como de nadie. En
definitiva podremos elegir entre “Arrimar
el hombro” o escabullirnos “A
hurtadillas”, sumar o restar; admirarnos de lo nuestro, de lo común, o
mirar para otro lado a la hora de sentirnos afectivamente unidos al logro que
nos rodea mas allá de nuestro escalón. ¿Os imagináis una casa con su escalón y
todo sostenida ingrávida en el espacio vacío donde no exista otra cosa que esa casa?
¿Qué sería de nosotros pululando por ese vacío exterior? Parece lógico pensar que
nuestro destino sería “caernos del guindo”
mientras nos precipitamos hacia cualquier parte o en manos de cualquiera.
3. Lenguas.
Las lenguas vistas como una realidad por la que se vehicula
el pensamiento y se canaliza la vida en todos los planos: desde lo privado a lo
público, desde lo exquisito a lo popular, desde lo excelso a lo banal, desde lo
pueril a lo grandioso o desde lo virtuoso a lo criminal; su presencia toma
forma de constante, pues su empleo en una comunidad se mantiene perdurable en
el tiempo; es uno de los componentes más sobresalientes de la riqueza de una
nación.
Su signo toma valores positivos cuando esa riqueza se concibe
a través del respeto y el cariño a la diversidad lingüística, y adquiere valores
negativos cuando se percibe desde la ignorancia consciente, la pereza mental
por lo diverso, la memez de los simplistas o, desde la predominancia del egoísmo
que brota de la parte más primitiva del cerebro de las personas.
Se trata de un término complejo que alcanza valores de
proporciones exponenciales en el primer caso ¾incidencia positiva¾ y se
derrumba logarítmicamente en caso contrario. Alcanza a los sentimientos, a la
razón, al espacio, al tiempo, y además, alimenta al espíritu a través del arte,
la poesía, la ciencia y la literatura. Es uno de los factores que más necesitan
de la generosidad y de los que más la ponen a prueba.
Su aceptación en términos de diversidad es un índice de
fortaleza, hermandad, sensibilidad y razón. Su rechazo suele ser un foco
insuperable de conflictos y un factor de desunión al convertirse en un arma divisoria
usada contra el más cercano.
4. Los Meritos del Otro.
Reconocer el mérito ajeno es un acto que bebe directamente de
las fuentes de la generosidad, que hace justicia a nuestros semejantes, y que
habla de la grandeza del que reconoce y procura aprender de los demás.
Reconocer al otro es recrearse en la belleza que aparece al alcance de nuestra
vista y de nuestros sentidos, sin olvidar, que nosotros somos el otro para los
que nos rodean.
Dice Antonio Machado: “…Los
ojos siempre turbios de envidia y de tristeza…” Todos deberíamos
reflexionar junto a Machado con su poema “Por
las tierras de España” por la razón de que la envidia actúa como el ácido
más corrosivo que emplear se pueda contra la vida en común, la convivencia y la
permanencia en el tiempo de cualquier comunidad. Su erradicación total es
imposible, pues se trata de una de las bajas pasiones del alma humana, sin
embargo, identificarla, localizarla, acotarla y combatirla a través de la
educación es un deber ineludible de los pueblos dignos con altura de miras.
Sustituir la envidia por generosidad es evitar que la tierra quede impregnada por
el ácido que la corroe, y en su lugar, regada por el agua germinadora que hace
posible su fecundidad.
Es por ello que resulta inmensamente necesario el
reconocimiento generoso y civilizado, cuando no sincero, de los méritos y
bienes alcanzados por el vecino, evitando en lo posible, convertir nuestros
campos en “…Las llanuras bélicas y páramos de asceta” a que refiere el poeta, aunque
en modestia y en sentido común, tampoco pretendamos convertirlos en el “…Bíblico jardín…”
5. Tradición.
Es el valor referente sobre el que se asienta la vida de una
comunidad, que no conviene confundir con la razón de ser de la convivencia o
con la convivencia misma.
Todo edificio necesita de cimientos para sostenerse; una
comunidad, un pueblo y una nación también, pues de alguna forma, todos ellos
son edificios en permanente construcción que necesitan proyectarse hacia el
futuro: embelleciéndose, armonizándose, adaptándose y en definitiva haciéndose
agradables para la vida. La tradición no debe ser utilizada como las tijeras de
recortar las alas de la evolución natural, o como una estaca clavada obstinadamente
en la arena en mitad de la corriente de un río, más bien, la tradición debe
servir como plataforma en la que navegar sobre el curso de los cambios.
Deberíamos acudir aquí al concepto de equilibrio entre lo viejo
y lo nuevo, como una fórmula aristotélica para no quedar dormidos en brazos de
la tradición y no caminar sin norte por senderos sin sostén. La tradición en
definitiva no puede ser la alforja cargada con el lastre de nuestros miedos,
pues si bien un viaje sin brújula termina en cualquier otra parte, la vida con
miedo es media vida.
6. Cultura del Esfuerzo.
El esfuerzo es el motor que nos hace sentirnos bien con
nosotros mismos, es una de las llaves de la autoestima y posibilita que podamos
ofrecer a los demás lo mejor de nosotros, lo cual podrá redundar en beneficio
propio y en el de la comunidad.
La falta de esfuerzo acarrea a la desidia que es la puerta
del derrotismo y de la pérdida de la sensibilidad. Nada más reconfortante que
el más nimio de los descansos después del esfuerzo que nos puso a prueba. El
esfuerzo es independiente del éxito o del fracaso, pues su recompensa reside en
sí mismo. Toda generosidad requiere de esfuerzo aunque no todo esfuerzo tiene
proyección generosa, de ahí que el esfuerzo pueda tomar valores positivos y
negativos.
7. Oportunidad y Talento.
Quizá este sea uno de los atributos más importantes de la
generosidad, si no el que más, pues se trata de un factor de carácter potencial.
El cultivo de la tierra necesita del talento de los hombres,
desperdiciar ese talento es un acto de suma mezquindad de difícil o imposible
justificación, y en todo caso, una torpeza inexcusable o una postura de ciego
egoísmo. El hurto de las oportunidades, como el despilfarro del talento, acarrean
un signo negativo, pues al igual que la inteligencia es necesaria para saber
cuándo se ha de sembrar la semilla, el talento es la sabia que corre por la
rama de las oportunidades. Desperdiciar el talento es tanto como despreciar a
la vida en su plenitud, como lastrar el vuelo de un pájaro, como censurar los
colores del arcoíris; el desprecio del talento se traduce en una acción contra
natura y un sabotaje al pleno desarrollo de una comunidad.
Los pueblos necesitan del talento de sus hombres y mujeres,
de todos ellos, sin límites y sin excusas. El empleo del talento en toda su
extensión fertiliza la tierra y garantiza la pervivencia de las personas que la
habitan mucho más allá de ellas, pues el talento es uno de los guardianes del
futuro.
Manuel Bellido Milla.
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