A Mario Benedetti, 1919-2019.
Iba a la oficina como
cada mañana
de lunes a viernes de
ocho a tres.
Su pensamiento estéril y
vacío
estaba en el partido del
sábado
su equipo por fin ganó.
Sabia que su mesa era una
más
de las siete que
componían su oficina
llena de papeles que no decían nada,
en sus Pc’s estaba toda
la información,
pero aparentaban y
disimulaban acción .
Allí, día tras día,
semana tras semana
suspiraba por salir a
fumar
la prohibición de hacerlo
dentro
le había destrozado su muletilla
su compañero que le
evitaba pensar.
Lo ves allí, pero está en
otro sitio
si alguien le pregunta,
Ricardo tienes
Ricardo le contesta,
espera que lo busque,
es cortés y buen
compañero
sus pocas ambiciones de escalar puestos
le hacen dócil y amable.
Ricardo frente al despacho
del jefe
con miradas furtivas,
esquivas, distantes,
el fuerte carácter del
director imponía
era también un mandado, recibía órdenes
disimulando no recibirla, pero el sí señor
se oían en sus llamadas telefónicas.
Allí no había lugar para
las reclamaciones
de sueldos o mejoras de
trabajo
Ricardo, pidió un día
otra mesa
que le entrará más luz,
por su escasa vista
le señaló la puerta de la calle, él se escogió.
Así cada uno de los veinte
años,
su sueldo creció con la
edad
y diluyendo el compromiso
como el azúcar en los
cafés mañaneros.
Ricardo, vio alguna vez otros
paisajes
aquella monotonía oficinita
hizo de él un hombre de
rutina
como los montones de
papeles de su mesa
Francisco Herrera.
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