Segundo
puesto en el VIII Concurso de Relatos “Una historia en el Camino” de la
Asociación Cultural Padre Serapio. Bercianos del Real Camino.
Tu
mirada
No,
no es que estuviera condicionada por el cansancio, había dormido bien esa noche
y la etapa del día anterior había sido liviana. Tampoco fue cosa del vino, la
cena fue frugal y aquella noche no estaba el irlandés que me tiraba los tejos y
al que siempre le tocaba apagar la luz después de tertulias interminables y
bien regadas. Peter, que así se llamaba, había dado buena cuenta de la fuente
del vino de Irache y esa noche dormiría con redobles de tambor en el cerebro.
No, no fue nada de eso. Yo estaba fresca y despierta como alondra en otoño. Esa
madrugada salí aún a oscuras del albergue y caminé sola hasta el alto de
Montejurra. Bajo unos pinos, enganchada a las hojas de un helecho, estaba tu
red, una malla de hilos encendidos de rocío. El sol se asomaba tras aquellos
helechos anaranjando la bruma y las copas de los árboles y encendía las ristras
de gotitas en la tela de araña. Y entonces apareciste tú. Primero raudo como si
una presa se hubiera agitado en tus dominios. Luego, despacio, con tu mirada de
mil ojos fija en la mía, acechante, hipnotizadora. Y digo “tú” porque aquella
araña tenía tus ojos. Sí, tu mirada, y cuando llegué a dudar de mi cordura
moviste una pata, o aquella araña movió una pata, y la red de minúsculas
lamparitas de rocío vibró al tiempo que saltaban al aire varias gotas, con el
mismo gesto que tanto te gusta agitando las plantas cuando sales al jardín en
mañanas de relente, o después de un chaparrón, o de haber regado yo, pero
siempre a fumar el cigarrillo del escaqueo.
Sí,
aquella araña tenía tu mirada. Quizá sea porque ayer me llamaste por teléfono
para saber cuándo volvería a casa. Quizá sea porque por fin he encontrado la
libertad en estos senderos y termine cada uno de estos días agotada, rendida y
con los pies maltrechos… pero feliz. Aquella arañita, qué culpa tendría ella,
me recordó a ti, a tu red de control, a tu mirada. Pero cómo explicarte que ya
no busco un búnker donde esconderme. Que ya camino libre. Ayer Sahagún, hoy
Bercianos, mañana ya veremos. Ay, Kavafis, qué bueno conocerte en estos pasos.
Cómo decirte que hablo, bebo, bailo y canto con extraños. Que otros idiomas
suenan a gloria en mis oídos. Que no necesito guardar la compostura ante nadie.
Que me lavo o peino a duras penas, no siempre… Cómo explicarte que las soledades
de una montaña, de un llano interminable, son más seguras que mi hogar. Que no
hay aullido de lobo que me asuste tanto como tu llegada a casa cada tarde.
Esa
mañana vi tu mirada en aquella araña, sí, y es por eso que sigo caminando. Ya
queda menos a Santiago, pero tú sigue ahí, no te muevas, esperando, tejiendo
como Penélope. Teje tu red mientras me esperas y destéjela cuando te agobie el
peso de su tela. Y vuelve a empezar, tú sigue tejiendo, porque hay muchos
caminos, el Camino de Santiago y otros, y mientras el apóstol me lo permita,
los viviré todos.
Antonio Díaz González
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