Artículo publicado en Andalucía Información
Aprovechando la posibilidad de viajar
dando la mano al móvil, en uno de estos barzones podemos encontrar los lugares
más raros imaginados. La casualidad los hace aparecer subrayados formando parte
de una entrada, provocando la parada del ratón. Al cliquear, el cambio de color
chivatea la conexión y la magia de los chips hace el resto.
Probablemente de esta forma hemos descubierto Whittier, un pueblo de Alaska
donde sus doscientos y pico de habitantes viven en un solo edificio. Sin
necesidad de salir a la calle tienen la escuela, la lavandería, el
supermercado, un hotel y la comisaría. Dicho así, es una forma estupenda de
esquivar los rigores del frío y de la nieve, tener todo a la mano a pocos
escalones de distancia. Ventajas, sin duda, a las que sus habitantes habrán
añadido el aprendizaje a vivir con el cielo y los árboles a través de las
ventanas. El clima habrá ayudado a manejar la situación, a gestionarla, como se
dice ahora, porque asumir estar rodeado de tierra helada durante nueve meses,
requiere la capacidad de adaptación por razón de nacimiento o la voluntad en
dosis masiva. También es probable que sientan extrañeza o incluso les pesen los
doce grados de temperatura máxima en verano y lo vivan echando de menos el
frío.
Imaginemos el
planteamiento al contrario dejando a un lado la vivienda. Qué pensarían, qué
comentarían si Internet y la casualidad los paseara por nuestra zona, viendo
las olas rizándose, desmayándose sobre la arena abrillantándola. Qué
comentarían del atuendo, cómo soportarían los treinta y tantos grados del
mediodía. Así, ellos y nosotros, cada uno en su sitio, pasaríamos un buen rato
encadenando posibilidades, hasta ese punto en que la mente empieza a rebuscar
una semejanza. En el caso de ellos llegarían, quizás, al origen, dos edificios
unidos y destinados a ser instalaciones del ejercito de los Estados Unidos allá
por los años cincuenta. Nosotros, ante su forma de vida nos estremeceríamos,
pero no de frío sino de terror. Los comentarios sobre estas semanas lluviosas
corroboran lo anotado, unos días grises y todos con ansiedad por la falta de
sol. Y en cuanto al edificio que el adosamiento ha convertido en bloque
colosal, esta gracia del sur los definiría como casas de vecinos tan
sofisticadas como para no tener cucarachas, con el vapor pertinaz del bacon and
chips en lugar de una berza y en vez de supermercado, el quincallero
estaría sentado al fondo de la planta, con pelliza y babuchas, nunca
zapatillas, esperando al vecino desaviado en busca de una bovina de hilo o una
cabeza de ajos mientras abre la fiambrera a deshora diciéndose: “si quieres
vender, ponte a comer”. Inimaginable. Menos aquí. Ánimo.
Adelaida Bordés Benítez
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