Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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sábado, 13 de febrero de 2021

La vida es egoísta

 

Qué altos corredores transitarán al niño

hasta el inmenso sueño de las habitaciones.

Mi soledad los lleva, por el mundo,

entre la libertad y la incertidumbre,

La vida es egoísta con esperanza, sin acabamiento,

buscando el corazón de los caminos

Josela Maturana (La soledad y el mundo)

                                                                                                                   

 

       Doña Ana María toda su vida fue comadrona.

Desde muy pequeña, recuerdo que iba a mi casa cada vez que mi madre esperaba un nuevo hijo. Era  una señora robusta, no muy alta, de fuertes manos y de ojos grandes y castaños que, a mí, se me antojaban tristes y, a veces, ausentes como si recordase algo que le hacía daño. Sobre todo, cuando traía un hermoso ser a este mundo –como decía ella-. Recuerdo que me la encontraba muchas veces cuando iba para el colegio Vivía en mi misma calle, justo arriba y en la misma acera. Tenía un patio lleno de flores  en la entrada y algunos árboles frutales, y al pasar por allí, si estaba abierta la puerta, siempre me asomaba. Había algo que me atraía de ella aunque no sabía el qué. Quizás   era por su trabajo lleno de humanidad. La había escuchado decir que cada niño que cogía entre sus brazos, era como un ángel o como una luz que le daba esperanza y consuelo a sus desdichas. De joven  decidió ser comadrona porque decía que a sí nunca estaría sola; ya que tendría siempre el milagro de la vida entre sus manos. Y en los treinta y cinco años que ejerció su profesión, cientos de niños vieron la luz gracias a ella.

 

       Mi madre la apreciaba mucho, decía que era una buena mujer y muy trabajadora.

Y yo, sin saber por qué, a mi corta edad, me inquietaba, al verla continuamente vestida de negro y envuelta en su tristeza. Siempre imaginé que era una mujer soltera. Aunque  comprendí su estado el día que mi madre me desveló todos mis interrogantes: Doña Ana María se había casado muy joven y tuvo dos hijos preciosos: Ana María y Fernando. Llenaron de dicha  al matrimonio que vio culminada su felicidad. Pero la vida, tan egoísta, se los arrebató, de un manotazo, en un terrible accidente cuando tenían doce y quince años. Y no conforme, se llevó a los tres meses a su marido.

 

       Desde entonces  comprendí… tantas cosas. Doña Ana María vivió en constante pulso con la vida, y cada niño que traía al mundo era como un trocito de su felicidad perdida, y lo único que le daba el empuje y el coraje para vencer la soledad, y seguir luchando por la existencia.


                  Mª Del Carmen Rodríguez López 

                  San Fernando

 

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