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https://psicologiapositivauruguay.com/2012/03/29/la-vida-es-una-fiesta/
La mañana se abre con los
colores de un pavo real, es primavera y todas las miradas regalan optimismo. El
griterío crece al paso del auto blindado. Hasta su gris diplomático parece
liberarse en la explosión cromática. La megafonía, exquisita como un pastel al
gusto a los Rolling o del Boss. Las camisetas afloran como margaritas en un
campo olvidado. Los asistentes acuden a ellas como niños a una bandeja de caramelos.
Banderitas, chapas, gorras con visera, carmines en los labios, muñequeras, y un
rastro de ilusión imprecisa, regada con aspersores de Maná contra el calor. Todo
queda a juego con la estética televisiva más a la moda. Relegado el sentido
común a los puestos del final, lo que allí se vende es un goce común para los
sentidos. Un aluvión de ilusiones, mensajes de chuchería y fuegos de artificio a
pleno sol.
Hay músicos teloneros,
optimismo de tiralíneas, oradores que caldean el ambiente y cámaras de TV
inaccesibles después en las hemerotecas. Para Laura es su primera vez. Su
cabello rubio y rizado, su silueta moderna, su juventud, sus ojos azules y su falda
mini, son los elegidos para acercarse al líder. Su ilusión irradia tres
segundos de telediario junto al paladín de la oratoria.
La expectación embelesa a
todos. Se espera una declaración importante. El discurso avanza como un carrusel,
entre el cenit de la euforia y el valle de la formalidad. El juego de sostener la
pasión discurre por ondulaciones discursivas. Eso lo saben los fabricantes de soflamas.
Es la hora. Llega la apoteosis de cabaret, el número final de un espectáculo
con todo el elenco en escena. El líder grita entre aclamaciones. Su rostro se
congestiona de emoción y sus venas se agrandan antes de llegar al éxtasis.
¾Porque
—hace un alto para mirar el horizonte—. “¡La mejor política industrial —acentúa
la pausa encarando a su público—, es la que no existe!” —brama. Extiende
los brazos sobre el atril, agarra con las manos dos asideras al efecto, levanta
el mentón para las cámaras y cierra el mitin como el golpe de un remache. Las
gargantas estallan volcánicas, las banderas ondean, los saltos de alegría
remueven la masa delante del escenario. El líder emprende un saludo con paseo
triunfal, les da la espalda y se va en su blindado gris celoso de la primavera.
En el camino de vuelta,
Laura conserva su banderita, su pelo rubio y su figura de mujer joven que nace
a la vida. Al penetrar en la casa, sus padres alargan una sonrisa que no logra
engañarla.
Ella pregunta qué pasa. Su
madre se echa a llorar. Hay un silencio que duele como una espina. Por fin la
madre se recupera. El padre sigue cabizbajo anclado en su mudez. La madre al
fin habla y dice que han cerrado la fábrica de su padre, que también han
despedido a su hermano y, que el ministro ha dicho que las cierran porque no
son rentables, que no merecen la pena. Ella piensa en su carrera. En la calle
hay un altavoz que anuncia una gran fiesta en el barrio. En el Ayuntamiento —dice
un megáfono— ha conseguido presupuesto para celebrar que ha llegado la
primavera.
Manuel Bellido Milla
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