Esta nueva
obra, «Me costó un infierno dejarte», puede estar encasillada en
la novela histórica. La trama es pura ficción. Cuenta una historia de amor
complicada entre Cayetano y Mercedes, que aderezan con unos ingredientes que
para nada ayudan a que el guiso resulte apetecible. La tragedia, los miedos y
el desarraigo, que hace mella entre la ilusión y la desesperanza, no favorecen
para nada esa relación.
Al igual que
mis anteriores novelas, está formada de trozos de vida, unos reales y otros de
ficción. Los reales son hechos, documentados, acaecidos durante aquellas
fechas, Aquí en España y allí en Argentina. Hechos cargados de una enorme
dureza.
Es una
historia que he escrito con dos propósitos: UNO, el de homenajear, al igual que
ya hiciera en mi anterior bilogía «CALLEJUELAS», a personas que por un motivo u
otro han dejado su sello en esta vida solo a nivel familiar, gente humilde y
honrada que no tienen historia, totalmente invisibles para la sociedad y DOS,
hacer visible el sufrimiento y la dureza que supone cualquier proceso
migratorio, pasado y presente. Trato modesta y discretamente de remover
conciencias. Me da miedo presenciar la indiferencia y la naturalidad con la que
vemos o leemos en TV o prensa las consecuencias de los movimientos migratorios
actuales.
Somos
animales errantes castigados a deambular de un sitio a otro de la tierra,
nómadas, como aquellos ancestros que se tratan en la novela, y que como ellos,
sufrimos en nuestras carnes además de la dureza de la migración, el
recibimiento que nos proporcionan quienes, por temor o avaricia, no te aceptan
en su sociedad.
Aunque el
propósito UNO es homenajear a personas sin historia, y aunque tenga un
cierto paralelismo con la vida de un familiar que emigró a Argentina a
principio del siglo pasado, en el cual está basada, para nada se trata de una
novela biográfica.
En esas
fechas se produjeron una serie de acontecimientos que, ante su dureza,
despertaron en mí el deseo de escribir esta novela.
La pérdida de
las últimas colonias de ultramar trajo para España una situación de ruina y
decadencia bestial que provocó que millones de ciudadanos tuviesen que migrar
en busca de una vida mejor, por motivos tan diversos como la hambruna o la
persecución política. Fueron unas fechas en las que nosotros fuimos los otros,
como ocurriera en otros tiempos y circunstancias no muy lejanas (me viene a la
memoria el flujo imparable de pateras o los campos de refugiados sirios por
nombrar algunos ejemplos, aunque todos sabemos que son muchos más).
Y de otra
parte unos hechos muy duros que también se llevaron a cabo en Argentina, donde
por la codicia de sus gobernantes para crear una nación más grande ¾al igual
que hicieran los españoles siglos atrás y otros dirigentes mundiales a lo largo
y ancho de la historia¾ saquearon, masacraron, asesinaron y esclavizaron a los
originarios de aquellas tierras, de aquella árida y desértica zona como era la
Patagonia, para después repartirse la tierra entre unos cuantos y repoblarla
con españoles, italianos, alemanes y rusos, entre otros. Hechos estos que hoy
día forman parte de lo que se define como delito de genocidio por parte de la
Convención sobre Crímenes de Lesa Humanidad de la Organización de las Naciones
Unidas.
La historia
se repite con demasiada frecuencia. Por más que queramos evitarlo, es cíclica,
y por ello esta obra trata de ser un modesto homenaje a los millones de
personas que, por un motivo u otro, tienen que dejar su tierra, sus raíces, y
vagar por el mundo con riesgo de sus vidas para conseguir volver a enraizar en
otra zona donde haya trabajo, buena tierra y libertad. En definitiva, una calidad de vida que en sus lugares de
origen no pueden encontrar.
Esta novela pretende, al tiempo que narra una
historia de amor complicada, ser un modesto homenaje a tanto sufrimiento.
Está escrita
en dos espacios de tiempo distintos, principios del siglo pasado, recién
perdidas las últimas provincias de ultramar y finales del mismo siglo. Y he
elegido hacerlo con un narrador omnisciente porque al ser histórica contiene
cantidad de datos que no tienen porqué saber los protagonistas, aunque a veces
esta función documental se la asigno a alguno de los protagonistas
convirtiéndolo así en un narrador testigo.
El tipo de
escritura utilizado es muy fresca, sin demasiadas florituras y con la misma
sencillez de las anteriores para que llegue a todos los lectores, sin tener en
cuenta el nivel literario de estos ni la edad. Hace unos días me trasladó un
lector de 90 años que le resultaba muy fácil y agradable de leer.
Un abrazo,
Alfonso Pavón
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