Mantener una relación interpersonal fluida y sana, en vivo y en directo, se está convirtiendo en una utopía. Estamos en la era del aislamiento y la incomunicación. Ya me he cansado de postear esperando el aluvión de likes y emoticones y he optado por intentar ser feliz con lo que tengo alrededor.
A algunos les habla la conciencia, dicen
que escuchan una voz interior. Para entendernos, sería como un pálpito, un
monólogo, un pensamiento furtivo que te acompaña y siempre te lleva al bien.
Pues qué bien. Suena como una guía de vida, con cierto tufo a Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
Lo mío es mucho más liviano. Me
relaciono y comunico con los electrodomésticos. Así como suena. Ellos me miran, me hacen la vida más fácil, me
acompañan y hasta se enfadan si se notan traicionados. Son artefactos que,
cuando los enchufo, reviven, hablan y hasta sienten.
Con
la Roomba es difícil la convivencia,
si se mosquea porque echo restos de pan en el suelo del comedor, inicia una
huelga a la japonesa y en cuanto divisa una brizna de polvo, sale a su caza y
captura, sin respetar ni hora ni día en el calendario. Ella se cree muy lista, pero creo que roza lo
borderline, a veces, se enreda debajo
de la mesa y no sabe salir. A la lavadora le hablo poco, no la quiero preocupar
porque sufre de rumiación mental, a todo la da vueltas y vueltas. La de peor
carácter es la plancha, que poco aguante tiene, se calienta por todo. La nevera
ahora está fría conmigo, cuando la abro me pregunta con cierto retintín: ¿Qué,
vas a picar otra vez? Pero, ¡Habrase visto, la muy metomentodo! ¡Qué le importará
mi vida y mis kilos! Me dan ganas de castigarla como a la báscula del baño, que
la tengo contra la pared, porque es una exagerada y mentirosa. La que merece
una subordinada es la sádica de la depiladora que, según ella, corta el vello
de raíz y aprovecha para meterme unos pellizcos malintencionados de aquí te
espero cuando se me pone celosa porque me ve hablando con el tranquilo y
sosegado cargador. El radiador, va a lo suyo, es un pijo estirado, siempre
mirando por encima de la nariz, no entiende que trabajando tanto siga siendo pobre
y apenas lo pueda enchufar; como no quiero sorpresas, lo he sustituido por la
mantita y unos buenos calcetines con unas estrellas azules, también pijos, pero
menos. La campana extractora es otro cantar, suena que no veas, cuando se
estropea dices: qué a gusto me he quedado, pero en cuanto fríes algo, ya la
estás echando de menos. Así es la vida.
El
único inconveniente de relacionarme y tener como compañeros de viaje a los
electrodomésticos es que hay que enchufarlos a la corriente y el precio de la electricidad
está por las nubes. Ahora con la crisis, igual me paso a lo de la conciencia
que es gratis y más ecológico. ¡Aleluya!
Yayo
Gómez
3 comentarios:
Muy buen relato, con chispa, humor, buena redacción y actual.
¡Enhorabuena!
Leerte me deja siempre con una sonrisa que aliviana cualquier aumento de luz.
Graciasss
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