Por Fernando Vázquez Mota
TITULARES:
Los escuderos del hambre:
¿Qué es el futuro incierto? ¿Cómo podemos incidir en su posible
transformación? ¿Qué elementos paliativos podemos inferir sobre él para no
hipotecar las nuevas generaciones? ¿Cuáles son las herramientas
desestructuradoras que impiden que esto llegue a un buen cauce?
Anatomía de un fracaso: ¿Vivo
o sobrevivo, permanezco o perezco, adelanto o atraso? Todo puede quedar
reducido a salir de ese gran fiasco que es el ocaso.
Diario sobre la necedad:
Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra,
sería bueno contemplar la opción de poner el cerebro en funcionamiento, antes
que la lengua en movimiento.
Un estímulo abandonado:
Por tabúes y por engaños, nos conduce directos hacia un túnel ciego.
La presión del entorno: Deja
inevitables huellas en las conciencias colectivas para un desarrollo armónico
de la sociedad.
La caída de los sueños: Son
vendidos a precio de saldo por manos invisibles mediante cantos de sirenas.
El sabor de la paciencia: Es
el único estímulo capaz de crear y sanar conciencias adormecidas por los “yo adulterados”.
El refugio de la
inconsciencia: Es el lugar reservado a los
indefinidos y amargados.
La esperanza olvidada: Es
lo único que nos queda cuando aparece la desolación y la desorientación.
La reproducción sintética: Es
un recurso frio y utilitarista del medio que nos rodea, para alejarnos de lo
orgánico y rebosante de vida.
La cartera del pordiosero:
Compra lo producido con un salario por debajo del umbral de la pobreza, para
llenar vasijas muertas.
Una perversión
sintonizada: Es otra herramienta más, utilizada por
los nuevos mercaderes, que nos recuerdan continuamente que seamos libres, pero solo
para revolotear sin alzar mucho el vuelo.
El reflejo adormecido: Queda
en suspenso cuando entra por la puerta los vendedores de humo. Entonces
despertamos para recibir la siguiente dosis.
Una corriente alternativa:
Es como un arroyo de agua fresca, limpia y necesaria para sanar un rio lleno
de peces moribundos por falta de oxígeno.
Un hábito desordenado: Es
como una cabeza llena de títeres sin cabezas.
Las reglas de la obsesión:
Son las que marcan las oscilaciones de nuestro péndulo emocional.
Un espejo cóncavo: Refleja
nuestros anhelos, errores y aciertos en su único centro posible.
Un cristal quebradizo: Genera
mayor angustia que un corte rápido.
Una arena apelmazada: Nos
impide salir de nosotros mismos, para desparramarnos con entusiasmo y sin
complejos en otras orillas.
El origen del
despropósito: Es como un alucinógeno que nubla
nuestro discernimiento y nos conduce al desastre.
Una certera anomalía: Es
la que se produce cuando nos fiamos más de nuestro instinto que de nuestras
indecisiones.
Un profundo sortilegio: Es
el que se produce cuando dejamos que la naturaleza actúe por sí misma y nos
muestre su belleza.
La encrucijada de las
indecisiones: Es un suicidio personal, que conduce
más pronto que tarde al fracaso.
El pulso de la sinrazón: Es
el que mantenemos permanentemente cuando aparentamos ser lo que no somos.
El retraso acontecido: Es
un síntoma de que, algunos acontecimientos tienen su propio ritmo y su
alteración solo produce desasosiego.
La niebla enfermiza:
Inunda en ocasiones la esperanza de los más desfavorecidos para sumergirlos
en sus propias ensoñaciones.
Un
toque de indiferencia:
Es el último recurso que le queda al soberbio cuando no es capaz de ofrecer
un argumento solido ante la crítica.
El
ocaso del disfraz:
Es la última estación que le queda al sofista al ser descubierta su
incapacidad para mostrarse tal como es.
La
realidad secuestrada:
Por la repetición y la adulación, consigue llenar el ego de una sociedad
enferma por Ser y Tener.
El
desorden enaltecido: Es
jaleado desde el interior de unas cloacas infectadas de cadáveres.
El
tren de la desesperación:
Es conducido en ocasiones por nosotros mismos hacia estaciones reguladas por
nuestras conciencias.
La
partida del acuerdo:
Es a lo que se llega cuando hemos vendido nuestros sueños al peor postor y
luego decimos que hemos sido engañados.
Una
rebelión anoréxica:
Se desarrolla cuando el tejido social se desangra paulatinamente de forma
anestesiada y entregada en manos de los sofistas de moda.
Una
acción de gracia: Se
hace visible cuando dejamos de juzgar lo que no entendemos por la vía racional
y nos extendemos en la desgraciada cruz del otro.
Una
virtud sin esfuerzo: Es
la única esperanza que nos deja el destino para ser nosotros mismos, invisibles,
pero imprescindibles a la vez.
Una
toma de irrefrenables deseos: Es
cuando nos vemos al borde del precipicio sin que haya nadie que te acerque una
cuerda para sujetarte.
El
orden de los benefactores:
Solo es alterado cuando el vaso del pobre es rebosado por la indiferencia, el
desprecio y la desolación.
El
preludio intemporal:
Es como intentar retener el agua en nuestros manos el mayor tiempo posible,
confiando en saciar la sed del que llega.
El
comediante de los sueños:
Se infiltra en nuestra almohada para cerrarnos el oído al descanso.
Un
caos ordenado:
Se empieza a gestar desde el momento que dejamos de mirar al otro para
montarnos en el carro del “yo” desordenado.
Analogía
del reflejo: Es
lo más parecido a rescatar paisajes perdidos en las quimeras del pasado.
La
pasión por la neurosis incontrolada:
Es el subproducto de nuestras indecisiones acomodaticias para conformarnos
con las migajas esparcidas por los gestores del espacio y el tiempo.
La
agonía del acuerdo:
Se consuma al echar la mirada hacia atrás, antes de estrellarnos contra el
muro de la vergüenza.
La
palabra secuestrada: Clama
cada día por salir de la prisión del alma de los desangrados por el olvido.
La
quietud de la memoria: Es
el mejor aceite de la vida, capaz de rescatarnos del precipicio del olvido.
El
equilibrio de la transferencia:
Se actualiza cada vez que decimos “no” a lo que nos aleja del otro.
La
perspectiva de la vía muerta: Se
consolida cuando dejamos de mirar por el espejo retrovisor de nuestra insolvencia
o de nuestra inconsciencia.
La
crisis existencial: Es
como caminar por encima de una fina capa de hielo, con la esperanza de alcanzar
otra capa más gruesa que nos impida hundirnos.
Una
rutina de subsistencia:
Es una muerte lenta y silenciosa, invisible para un corazón vacío y para una
mente embarrada.
Un
alivio para la sutura: Es
el bálsamo untado con la alegría de los inocentes y entregados a la vida.
El
desgarro adormecido: Queda
liberado una vez que se le ha domesticado con amor y con desvelo.
Un
desarreglo certero: Se
produce cuando nos fiamos más de nuestras intuiciones que de nuestras proyecciones.
El
parpadeo de la conciencia:
Es el único asidero confiable que tendremos antes de partir.
La
última locura: Es
traspasar los límites sinestésicos de la realidad en armonía y con absoluta paz
de espíritu.
Fernando Vázquez Mota