¡Derechos Humanos! Un sueño, una causa, una utopía y una
conciencia que crece y que hay que ayudar a crecer mucho más. Se van a cumplir
70 años que fue proclamada su Declaración Universal, y aún continua siendo una
asignatura pendiente, conciencia a asumir, programa a realizar y educación a
propagar.
La historia de los
Derechos Humanos es la historia de la lucha por los derechos humanos. Desde los
esclavos que lucharon durante milenios por su liberación hasta los actuales
inmigrantes que dejan sus vidas en la consentida tumba del Estrecho, y sus
esperanzas en las cercas de la vergüenza, con sus concertinas de perversa maldad.
Una antropóloga
alemana decía “que el hombre actual es el eslabón perdido entre el primate y el
ser humano”. Y es cierto, porque lo que se está construyendo (guerras,
escandalosas desigualdades, hambrunas, miserias y sufrimientos, preocupantes
índices de desempleo, inhumanos desahucios, devastación medioambiental, falta
de respeto a la verdad y a la ética…) no es de seres humanos. El ser humano
está por llegar y, su pronto o lejano advenimiento, dependerá de las acciones
que acometan las presentes y futuras
generaciones.
Grandes profetas o
mártires que nos antecedieron, fueron ayudando a configurar una conciencia de
fraterna humanidad. Jesús de Nazaret es un referente fundamental en la
lucha por los derechos humanos. Su legado, a través de su vida, su Proyecto y
sus enseñanzas suponen una extraordinaria contribución a ese proceso de
humanización. Esa vocación de igualdad y libertad, ha significado la utopía de
unos próceres o ciudadanía que han levantado y conducido la evolución hacia la propia
humanización. Nuevas generaciones de derechos humanos han ido apareciendo al
ritmo histórico del crecimiento de nuestra conciencia humana, y hemos de pensar
que aún estamos por descubrir otros muchos. No hemos llegado, estamos en
camino, y no dejaremos de caminar.
Los poderosos que
rigen los destinos del mundo, a través de este injusto y salvaje sistema
económico, no se esfuerzan ni quieren cumplir con la actual Declaración
Universal, porque pretenden que la ciudadanía mantenga el límite de sus
aspiraciones utópicas en ese raquítico listón, que tanto les favorece.
Una conciencia plena
y lograda de los derechos humanos, equivaldría a una revolución integral
democrática, feminista, de la paz mundial, de una constituyente donde prime la
igualdad, la soberanía de los pueblos y el respeto a la biodiversidad, la interculturalidad y a la integridad de un
mundo pluripolar, el respeto a la madre tierra, a la libertad, a la verdad, a
la justicia equitativa y a la vida. Entendiéndose por vida, el derecho a la
alimentación, a la salud, al trabajo, a la vivienda, a la educación y a la
cultura. Los países emergentes latinoamericanos, con sus solidarias
instituciones supranacionales, ya han puesto la primera piedra.
Este sentido de los Derechos Humanos quizás
represente el atajo más válido, o la ideología más viva de cualquier partido
político, para conseguir otro mundo mejor posible hacia la llegada de ese
deseado ser humano. Ya no se pretende la Declaración de 1948, sino la utopía
del sueño humano hacia la realización de su propia vocación universal: La
felicidad compartida, cuando proviene del amor basado en la fraterna igualdad.
Lo más importante,
por tanto, no es defender la fracasada estructura económica actual, que tanto
se aleja de este crucial objetivo, ni los partidos políticos, ni las leyes
impuestas desde la desigualdad legislativa, ni siquiera defender las iglesias
de distinto signo…Lo primero es defender la vida, la vida de cualquier ser
humano, que si es sagrada, como no lo es el dinero o la economía que lo
mantiene como dios. Y la vida de cualquier ser humano se protege con los plenos
derechos humanos. Por ello, ante la realidad que vivimos, urge cambiar el
imperio económico por el imperio de los Derechos Humanos. De lo contrario, poco
a poco, este mundo terminará convirtiéndose en una barbarie. Y ya se está abonando el terreno…
Pedro Castilla Madriñán
Leído en Club de Letras de Cádiz 2015
Una antropóloga
alemana decía “que el hombre actual es el eslabón perdido entre el primate y el
ser humano”. Y es cierto, porque lo que se está construyendo (guerras,
escandalosas desigualdades, hambrunas, miserias y sufrimientos, preocupantes
índices de desempleo, inhumanos desahucios, devastación medioambiental, falta
de respeto a la verdad y a la ética…) no es de seres humanos. El ser humano
está por llegar y, su pronto o lejano advenimiento, dependerá de las acciones
que acometan las presentes y futuras
generaciones.
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