Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
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lunes, 13 de abril de 2015

Las orillas

                                                                
Nuestro convencimiento de que cuanto más vivimos, mayor capacidad poseemos para vivir, no es, como algunos piensan, una piadosa invitación para que cerremos los ojos a la cruda realidad ni para que, ingenuamente, nos creamos inmortales, sino que, por el contrario, pretende ser una llamada amable para que seamos conscientes de que todas las realidades humanas tienen unas insoslayables orillas. Creo que, cuando nos acercamos al final de año, es una ocasión propicia para valoremos adecuadamente nuestros objetos más útiles y, sobre todo, para que apreciemos la importancia que poseen algunas personas en nuestras vidas. A veces, no nos damos cuenta de la importancia de estas cosas y de estas personas hasta que hemos experimentado su carencia o su ausencia. ¿Has comprobado cómo los marcos –como, por ejemplo en los cuadros-, además de fijar sus límites proporcionan unos atractivos singulares a los objetos que en ellos encerramos? Es posible que, precisamente, la esencial precariedad de la vida humana constituya un estímulo para que disfrutemos del bienestar en esas ocasiones, sencillas y efímeras, que nos visita. Y es que el tiempo, igual que el río, permanece -paradójicamente-  mientras fluye, mientras se va.

Más de una vez hemos comentado cómo nos recreamos en aquellos momentos que, previamente, sabemos que son cortos. Sí; las distancias, al aumentar las perspectivas, mejoran nuestra visión -clara y fresca- de las cosas. Es lamentable que no comprendamos plenamente la importancia de un ser querido hasta que -siempre demasiado tarde- calibramos las dimensiones del hueco que nos ha dejado la luminosa huella -los amargos espacios- de su ausencia.

Medimos mejor el paso del tiempo cuando notamos que se aproxima el final de un trayecto. ¿Recuerdas con qué intensidad vivimos, por ejemplo, los últimos minutos de nuestra reciente conversación y cómo los alargábamos paladeándolos con parsimoniosa fruición, aquietándolos con una estricta lentitud. Por el contrario, hay que ver cómo prodigamos el tiempo cuando ignoramos la existencia de sus riberas. Por eso hemos de administrar con calma nuestros ratos de bienestar por muy exiguos que nos parezcan. Hemos de desarrollar la difícil habilidad de extraer todo el jugo a los episodios por muy insignificantes que, a primera vista, aparenten ser. Si sabemos que pronto se esfumarán, una palabra amable, una mirada complaciente, una ligera brisa o una leve melodía nos parecerán regalos inmerecidos.

Pero hoy me atrevo a decirte algo más: sin retos ni desafíos, la existencia carece de estímulos y de alicientes. Por eso, en vez de soñar con una vida blanda y sin obstáculos, hemos de disponernos a luchar para que, afrontando las dificultades, en vez de eludirlas, las venzamos; hemos de reconocer los límites para que, en vez de detenernos, los traspasemos e, incluso,  hemos de asumir los dolores para que, en vez de quejarnos, los aliviemos. De igual manera que sólo fortalecemos los músculos cuando los ejercitamos, sólo alcanzamos el pasajero bienestar, peleando contra las adversidades, sufriendo y esperando.  


Los estorbos que nos salen al paso durante la marcha imparable por la vereda de la vida -camino, paseo y aventura- podrían ser permanentes invitaciones para que aprovechemos el tiempo, para que disfrutemos con las cosas y para que nos ilusionemos con los sorprendentes misterios que todos los episodios encierran. El paso imparable del tiempo nos enseña a leer la vida con nuevos ojos y a comprobar cómo una palabra o, incluso, un silencio, pueden ser reconfortantes y placenteros regalos. Cuando, por haber sufrido la pérdida de un ser querido, advertimos que también ha muerto una parte importante de nuestra propia vida, en vez de dejarnos arrastrar por la tristeza, podríamos animarnos mutuamente para palpar y para exprimir con detenimiento cada uno de los insondables y esquivos instantes que nos restan por  vivir.

José Antonio Hernández Guerrero   

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