29.- Asumir la realidad
Los seres humanos poseemos una singular tendencia a
engañarnos a nosotros mismos, a convencernos de que las realidades que perciben
nuestros sentidos son puras imaginaciones y meras apariencias. A veces,
impulsados por convicciones ideológicas, por creencias religiosas, por falacias
pseudocientíficas o, incluso, por convenciones artísticas y literarias -cuya
función específica consiste en emocionarnos mediante ficciones-, tratamos de
persuadirnos de que algunas verdades comprobadas por nuestros sentidos son
falsedades. Pero el hecho cierto es que
no podemos cerrar los ojos ante los objetos físicos y ante los sucesos reales:
podemos ignorarlos, olvidarlos e, incluso, negarlos; pero no está en nuestras
manos hacerlos desaparecer como si no hubieran existido.
La realidad es tozuda, irrenunciable y, si le somos
infieles, las consecuencias son graves. Por mucho que lo empujemos, el corcho
vuelve a salir a flote. La realidad no desiste. Los deseos humanos o la
voluntad pueden hacerlo. No podemos hacer concesiones sobre la gravedad o sobre
la dureza de los materiales o sobre la impenetrabilidad de los cuerpos.
La realidad tiene una naturaleza que hemos de
reconocer y aceptar humildemente: si la desconocemos o la negamos, se
"venga" a su manera de nosotros, con un sistema implacable de
resistencias y de reacciones. Pero también hemos de reconocer que la realidad
es poliédrica y no es sólo física y biológica sino también humana, personal,
psicológica, social e histórica. Sus estructuras son más complejas y, por eso,
más difíciles de descubrir, de definir y de precisar, aunque no por eso son
menos efectivas. Y el error respecto a ellas o la falta de respeto también los
pagamos con estrepitosos fracasos. A veces tengo la impresión de que los
políticos de diferentes ideologías tienen en común una obstinada ceguera para
percibir lo que realmente ocurre en la sociedad. Quizás deberían leer el Ensayo sobre la ceguera del premio Nobel
de Literatura, el portugués José Saramago, en el que traza una imagen
aterradora -- y conmovedora -- de los tiempos sombríos que estamos viviendo.
José Antonio Hernández Guerrero