26.- El permanente esfuerzo por
controlar el futuro
Si analizamos
con atención los impulsos que nos estimulan para que leamos libros de ciencia,
de filosofía, de historia, de literatura o, simplemente, para que hojeemos las
diferentes secciones de la prensa, podemos llegar a la conclusión de que, en
realidad, lo que buscamos ansiosamente son pistas que nos orienten en el
complicado laberinto del tiempo. Las noticias de episodios ya ocurridos son claves que nos ayudan a pensar, a imaginar
y a intuir la enredada madeja del mañana; son presagios que nos disponen a
inventar, a crear, a calcular, a pronosticar y, en definitiva, a controlar el futuro. El
objetivo final es conocer qué nos va a ocurrir en ese camino, más o menos
lejano, que aún nos queda por recorrer.
Decía Peter
Handke que no somos otra cosa que preguntas contundentes y vivas, interrogantes
repletos de las dudas inquietantes que provoca la propia existencia. Efectivamente,
cada episodio diario, por muy anodino que a simple vista nos parezca, nos
siembra dudas anhelantes que nos obligan mirar con la intención de dominar la inquietud que
provoca esa constatación de la soledad individual en medio de un mundo rodeado
de sombras y de nubes amenazantes.
Ahí reside, como
es sabido, no sólo la eficacia de los anuncios publicitarios sino también la
capacidad persuasiva de los mensajes políticos y religiosos. Todos estos
discursos se refieren preferentemente al futuro, todos son, en cierta medida,
oráculos que responden a nuestra permanente búsqueda de sorpresas. Y es que los planes, los programas, los
proyectos, los presupuestos y los anuncios alimentan nuestras esperas y
nuestras esperanzas y, en última instancia, responden, con mayor o con menor
eficacia, a nuestra permanente pregunta: ¿qué nos va a ocurrir en un futuro más
o menos lejano?
La verdad es que
estamos en este mundo real y en otro irreal: el del instante presente y el que
anticipamos, proyectamos e imaginamos, el que no está aquí, el de mañana. Este es el que nos estimula y el que confiere
sentido, en la doble acepción de la palabra, a nuestros trabajos, y el que nos
permite sobrevivir.
José Antonio Hernández Guerrero
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