Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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domingo, 30 de octubre de 2016

Identidades asesinas (I)







Acabo de leer el libro de Andrew Solomon titulado “Lejos del árbol” y me ha gustado muchísimo el enfoque que hace sobre las personas que simplemente tienen la suerte o a desgracia de ser diferentes al pertenecer a un colectivo  que la sociedad y en muchas ocasiones la ciencia considera que no cumplen los criterios para ser considerados normales. Según este autor el esfuerzo que los padres, educadores, psiquiatras y el de la propia persona para que se adapten y cumplan con los criterios de normalidad lleva consigo un alto nivel de sufrimiento que en muy pocas ocasiones acaba con el éxito esperado y en muchas otras con la propia identidad de la persona.

Llama la atención y sigo citando a este autor, de que si hiciéramos un sumatorio de todas las personas que consideramos diferentes al patrón que se considera normal en una sociedad occidental; serían muchísimos más numerosas pues hay que incluir: colectivo de gays y lesbianas, personas con discapacidades intelectuales  como los niños autistas, personas con el Síndrome de Asperger, con discapacidades sensoriales –ciegos, sordos- discapacidades motoras, etnias y culturas diferentes a la nuestra –inmigrantes, migrantes forzosos-, religiones diferentes y muchísimos más que no incluyo por razón de espacio.. Sin embargo les exigimos que anulen su idiosincrasia, su singularidad, que aportaría muchísimo enriquecimiento, y se adapten a la que consideramos la mejor, la verdadera, la más normal simplemente porque al atrincherarnos en ese patrón que nos nombra e identifica no sentimos más seguros y menos vulnerables.

Ya es hora, sobre todo en los tiempos que corren, de que abandonemos miedos ancestrales de considerar al diferente como a un enemigo que amenaza nuestra cultura y nuestra existencia y abracemos a los otros como personas que suman y no restan; que pueden aportarnos muchísimas experiencias y otros modos de percibir la realidad que no son el nuestro.

Los padres que tengan un niño diferente, pongamos por caso un niño autista, harían bien en aceptarlo como es, en ayudarle a construir su propia identidad como persona diferente a lo que se considera normal, pero con una gran riqueza personal, con espontaneidad, incapacidad de mentir, enorme sensibilidad y le ahorren el sufrimiento de tener que anular su propia personalidad para adaptarse al patrón que cubra nuestras expectativas. Es importante escuchar a estos niños, darles voz para que podamos conocerles tal y como son y así poder ayudarles a ser ellos mismos, y darles cabida en nuestra sociedad. Para ello necesitamos una sociedad y una ciencia que incluya y no excluya a estos colectivos. Quizás, de esta forma, puedan ellos formar un colectivo propio, lejos de todo tipo de intervención psiquiátrica o psicológica, que reivindiquen sus derechos a ser diferentes pero felices.


En este caso y siguiendo el título de este artículo –similar al del libro de Amín Maaluf- no hace falta decir que la identidad asesina es la nuestra.


           Mercedes Díaz Rodríguez

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