Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

Contacto y envío de textos:
clubdeletras.uca@gmail.com


domingo, 14 de mayo de 2017

Matar y morir


                                                                
       

La muerte es el hecho que mejor nos descubre la relatividad de otros valores, a veces, proclamados como absolutos. Ni los bienes económicos, culturales o estéticos, ni las instituciones religiosas, sociales o políticas, valen una vida humana: ni la patria, ni la bandera, ni la lengua pueden defenderse matando ni muriendo. En mi opinión, este principio que, quizás a algunos le suene a doctrina, constituye el mínimo denominador común de todas las personas de buena voluntad y de todos los grupos democráticos.

En los momentos de dolor generados por los frecuente y brutales atentados terroristas deberíamos guardar un profundo silencio para reflexionar sobre las consecuencias mortíferas que se siguen de la sacralización de un pedazo de tierra o de una serie de convicciones. Como afirmé en el artículo de la semana pasada, es cierto que tenemos el derecho y necesidad de gritar con fuerza para desahogar la rabia, para mostrar la indignación y para expresar nuestra solidaridad a los que están sufriendo la agresión, pero nuestras voces serán estériles si no logran que los criminales descubran su maldad, si no conseguimos que los fanáticos duden de sus certezas, que los sectarios debiliten sus adhesiones o que, al menos, todos rebajemos nuestra agresividad.
        
Para lograr estos objetivos, más que sesudas reflexiones, bastaría con que fuéramos capaces de acercarnos, uno por uno, por ejemplo, al viudo de aquella mujer a la que una mochila, estratégicamente colocada debajo de su asiento, le arrancó su vida y la del hijo que llevaba en sus entrañas. Ahora mismo, contemplo en la pantalla del televisor a ese grupo de vecinos que llora por la muerte de una joven de veintitantos años apuñalada por su “pareja sentimental”.

Corremos el riesgo de que el volumen de este sangriento bosque, de este río de crímenes, nos nuble la vista y nos impida acercarnos a cada uno de los árboles, que han sido arrancados de cuajo dejando desolados para siempre a los familiares y a los amigos. Pongamos, por favor, nombres, caras, sentimientos, ilusiones, temores y proyectos a cada uno de esos números y, después, sigamos hablando y discutiendo de política, de economía, de filosofía o de arte.   


En mi opinión, en la mayoría de los casos, la adjetivación -como política, religiosa o cultural- de los asesinatos, en vez de atenuar su gravedad, la aumenta: más que amor o identificación con una idea, con una tierra o con una bandera, son consecuencias de un odio irreprimible a los otros. Mientras que no descubramos que una sola vida humana, con independencia de la edad, del sexo, de la profesión, de la fortuna o del cargo, vale más que todos los tesoros, no seremos capaces de controlar y de disminuir la fuerza aniquiladora que, a veces, está encubierta por los más bellos y apasionantes ideales.  


José Antonio Hernández Guerrero  

3 comentarios:

Manuel dijo...

Nada es más valioso que la vida. Ni todas ideas juntas, ni todas las filosofías que hubo hay y pueda haber, ni siquiera todas las religiones y sus bondades atesoradas valen tanto como una sola vida.
Sin embargo el ser humano es frágil y con frecuencia su mente y su espíritu quedan nublados por el odio y la irracionalidad, la sinrazón, y, es entonces cuando se intenta justificar el desprecio por la vida, demonizandola y justificando la actitud por su desprecio.
Luego entonces hemos de vigilar que ese "demonio" que todos llevamos dentro no se suelte y nos turbe la mente haciendo que ésta maquine contra la vida.
Nada puede sustituir a la vida. Nada hay más valioso y, nada merece más la pena.

Anónimo dijo...

Juego limpio

Que nos morimos lo sabemos todos. Hasta los niños. Recuerdo la primera vez que vi un muerto. Fue un canario. Mi madre esperó a que volviera de la guardería para enseñarme el animal, tieso, ya sin vida. Los animales no mienten. Ni la muerte tampoco, es honesta.
Esa fue mi primera experiencia con la muerte. Creo que de manera natural se desarrolla un programado y, a la misma vez, espontáneo entrenamiento al respecto. Mascotas, abuelos, padres, amigos, quizá hermanos, y por último tú. Cuando ya se te han brindado oportunidades para que aprendas las reglas del juego. Si sucede así, todo el mundo, hasta los niños, ha de entenderlo. Es honesto.
Además, hay casillas negras en el tablero, como la enfermedad, accidentes… que hacen del azar una incuestionable variable en el juego de la vida y la muerte.

Y por último, los que no saben jugar. No comprendieron bien las reglas, nadie se las explicó, había ruido en la sala y las confundieron, no pueden procesarlas, o directamente les gusta hacer trampa.

De cualquier manera, ante las acciones de estas personas, ahí nos quedamos nosotros, abatidos ante la injusticia, impotentes, sin entender nada. Como niños enfrente de un tablero boca abajo.


Esther Alberca

Anónimo dijo...

Hay un matiz diferente entre matar y morir. Para mí, matar tiene que ver con la destrucción y morir con la posibilidad de renacer.
Luisa Niebla

Las opiniones vertidas en las publicaciones de este blog son responsabilidad exclusiva de cada firmante.