Fotografía:
http://parroquiasanjosecadiz.net/
El trayecto entre la barriada de La Paz y la Avenida,
no era como el camino de ir a la playa en el verano, rodeado de familias en
bañador, sombrillas y patos salvavidas. La separación, que era urbanística
también, alcanzaba más allá de la distancia en metros. Eso se veía al escuchar
las guitarras, observar las posturas de los dedos sobre los mástiles, y al sonar
las melodías de las canciones. Digamos que, ambos lugares, estaban separados
por la distancia que mediaba entre Formula V y Cat Stevens. Creo que hoy existe
la misma o mayor distancia, y no estoy seguro de que ahora, quede separada por
la música. Aunque entonces sí.
Al local de San José se le llamaba El Centro. Al
entrar en él, lo hacías en un espacio sin alma, un lugar de nadie, oscuro e
impersonal; resignado al trajín de jóvenes que, en fugaces permanencias, no
caían en su presencia elegante de sabor antiguo, ni en su dignidad ultramarina:
habanera o bonaerense. El local, humilde anexo de la iglesia, tenía la serena
estampa de los edificios de una sola planta, con doscientos años en sus
piedras.
Algunas tardes, sonaban Mocedades, Nuestro Pequeño
Mundo, Aguaviva, y Chano Domínguez con su añosa guitarra californiana:
modificando en cada sesión los acordes que difícilmente aprendíamos el resto.
Aquella fue una etapa efímera, fulminada por el derribo de los doscientos años
de piedras neoclásicas; rendidas ante la modernidad de la visión urbanística de
Don Camilo, mucho más que el párroco de San José.
En la calle Chile esquina Benito Pérez Galdós, había
una escalinata de acceso a la Escuela. Eran las escaleras del esfuerzo y el
estudio; tras ellas, se encontraba el futuro, situado a mucha distancia de las
canciones de Mocedades y el desaparecido local. En esas escaleras, que aún
resisten, no se tocaba la guitarra, aunque sí se hablaba de música: Pink Floyd,
Resistencia de Materiales, King Crimson, Termotecnia. En sus escalones se medía
la distancia de nuestros sueños, sabiendo que, al bajarlas un día, pisaríamos
el terreno de las oportunidades tras la estela de la superación.
Pasados los años, en Madrid, buscábamos un lugar donde
cenar. Al llegar a la plaza de Santa Ana, nos acercamos al cartel del Café
Central. Esa noche actuaba Claire Martin. Entramos. El local estaba lleno y la
actuación a punto de empezar. En la barra nos apretamos y pedimos sándwiches y
cervezas. Al hablar con el camarero, mi acento viajó a mucha distancia, hasta
Los Ángeles de California, el lugar donde vivía el pianista cubano de la noche
anterior.
¾Disculpa:
de dónde tú eres —me dice volviéndose.
¾De
Cádiz —respondo expectante.
¾Sabía.
El mismo acento que Chanito.
¾¿No
será Chanito Domínguez?
¾Mañana
tomo un avión para Los Ángeles. Pasado mañana lo veo que grabamos, ¿lo conoces
tú?
¾Dile
que cuando venga, tenemos que ensayar en El Centro con el grupo Nueva
Juventud —pareció tomar nota.
¾Nueva
Juventud —repitió estudiando mi mirada—. Me acordaré.
Claire Martin pasó al escenario entre suaves aplausos,
y la música del Central nos envolvió a todos. La cita con Chano aún no se ha
producido. Él, como todos, o casi, sigue transitando por las escaleras de la
superación, a estrecha distancia de la Barriada de La Paz, la iglesia de San
José y el callejón del Tinte: el Conservatorio donde subió sus propias
escaleras.
La cita queda para otra etapa.
Fotografía:
https://demum-2012.blogspot.com/2018/07/claire-martin-quartet-cafe-central.html.
Actuación de Claire Martin Quartet, Café Central Madrid, 08/02/2018.
Manuel Bellido Milla
2 comentarios:
Magnífica rememoración de aquella noche en Café Central, Manolo...
Mi Madrid acogedor.
Tengo promesa de volver siempre al Central.
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