No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Miguel Hernández
Nos cuenta Sófocles en Las Traquinias que Hércules, llegado un
día a la ribera del río Eveno, pidió al centauro Neso que ayudase a su esposa
Deyanira a alcanzar la otra orilla. El héroe, que cruza el río nadando, observa
desde el otro lado cómo el centauro, aprovechando la ocasión, intenta violar a
su mujer. Con una flecha certera, untada con el veneno de la Hidra de Lerna,
atraviesa el corazón de Neso, pero éste antes de morir urde su venganza. Regala
a Deyanira su túnica -untada previamente con una mezcla de la sangre y el semen
del centauro- haciéndole creer que su esposo le será siempre fiel si hace que
se envuelva en ella. Cuando así lo hace, la tela se adhiere a él de tal modo
que su cuerpo comienza a arder lenta y dolorosamente, siendo imposible
separarla del cuerpo sin desprender la piel y dejar los huesos al descubierto. Llegada
la muerte, Hércules pide a su hijo que prenda una pira y se arroja sobre ella. Deyanira,
desesperada al saber que había provocado su muerte sin desearlo, se suicida
ahorcándose.
En la
actualidad, utilizamos la expresión “la Túnica de Neso” para referirnos a un
dolor moral que nos devora y del que vanamente podemos huir.
En la última década, el número
estimado de niños muertos como resultado de la guerra es de unos 10 millones.
En las más de 30 guerras que se desarrollan
en la actualidad en los cinco continentes, niños y niñas están siendo
asesinados, mutilados, reclutados como soldados, violados, casados a la fuerza
y explotados sexualmente.
Un informe reciente de Unicef recoge
datos escalofriantes. En estos últimos años, se han producido 266.000
violaciones graves contra la infancia, más de 104.000 niños muertos o mutilados
en conflictos armados, 93.000 niños y niñas reclutados y utilizados por partes
en conflicto y 13.900 ataques contra escuelas y hospitales.
Save de Children estima que 230
millones de niños sufren actualmente las consecuencias de una contienda bélica
y según Amnistía Internacional, 300.000 menores de edad están participando actualmente
en ellas, en más de 30 países –el 40% de los combatientes son niñas desde los
siete años de edad-, haciendo de mensajeros, porteadores, espías, desminando
campos, siendo explotados sexualmente o manejando armamento y explosivos.
Alrededor de 25 artículos de la
Convención de Ginebra y sus protocolos adicionales hacen referencia a los niños
que sufren las consecuencias de conflictos armados. En ellos se incluyen normas
sobre el acceso a la educación, a la alimentación y a la atención médica, y se
establecen medidas contra la pena de muerte, la detención, la separación de sus
familias y la participación en hostilidades.
Los Derechos del Niño, recogidos por
todas las organizaciones internacionales y ratificados en todo el mundo, son
plenamente aplicables durante los enfrentamientos armados. Sin embargo, se
producen 45 violaciones de sus derechos al día.
En Ucrania, según fuentes de Unicef,
más de 1000 niños y niñas han muerto o han resultado heridos desde el comienzo
de la guerra.
Save The Children estima que en el
conflicto Israel-Hamas un niño muere cada 15 minutos en Gaza, una región que
sufre 17 años de bloqueo y violencia extrema y en la que alrededor del 40 % de
su población –aproximadamente un millón de personas- son niños y niñas menores
de 14 años. De las más de 4.500 víctimas que contabiliza esta organización en
la franja de Gaza -alrededor de 7.000 según el Ministerio de Salud de Gaza- el
70 % son menores.
Israel no ha confirmado aún las
cifras de víctimas infantiles, aunque las informaciones sugieren que existe un
número importante de niños israelíes muertos o secuestrados y llevados a Gaza
como rehenes.
Nos horroriza comprobar cómo se
producen, desde todas las partes en conflicto, ataques contra civiles y contra
instalaciones sanitarias y religiosas que no hacen sino incrementar diariamente
estas cifras hasta niveles insoportables.
Una guerra ayer, otra hoy, otra
mañana. Y así hasta el final de los tiempos, porque la guerra está en la
naturaleza del hombre, y en la del niño la de sufrir sus consecuencias.
¿Podrá desprenderse algún día el ser
humano de esta “Túnica de Neso” que le devora?
Juan Manuel
Díaz González
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