Unos
treinta años me contaba su físico.
Raiza
soporta una rutina agotadora. Su aspecto y su rostro nos muestra unos ojos de
color turquesa rasgados con una suave línea de color negro alrededor de ellos,
y una expresión de profunda tristeza en su más amplia definición del
sentimiento; las arrugas en la piel de su cara ayudan a conocer que parte de su
vida pasada ha sido incluso mucho más dura que la presente además de mostrar en
ella los estragos de los elementos vivos de la naturaleza que la azotan
diariamente como nómada en las montañas, el sol, el agua, el viento...
Cuida
de su hija de un año y meses bajo una tienda desplegable con una manta por
suelo sobre el terreno más pedregoso e inestable.
Con
la niña en brazos, una mochila artesanal sobre la espalda y una cuerda en la
mano, suben entre rocas y tierra resbaladiza por las últimas lluvias para luego
bajar con la espalda cargada de leña.
Un
roble les da frutos que cocinar con un poco de arroz que junto a varias tazas
de té que le calientan el estómago y el alma, son el único alimento del día
para ella, su hija aún se puede nutrir de las propiedades de la lactancia
materna.
El
entorno, cálido por los colores del paisaje que brota de la piedra caliza amarillenta,
de la tierra cobriza como el fuego, de los muchos árboles y de un cielo azul
que a veces se vuelve oscuro y tenebroso dan pinceladas a un cuadro que ella va
completando con las propias experiencias que preferiría olvidar. Hoy me enteré
de su edad, La nómada y castigada Raiza aún no ha cumplido los dieciocho años.
Carmen Franco
No hay comentarios:
Publicar un comentario