Aunque parezca una obviedad, hemos de seguir insistiendo en que el hambre
no es una enfermedad social infecciosa, traumática o genética, sino que es una
malformación humana –o inhumana- originada por la forma –inadecuada, arbitraria
e injusta- de la que los hombres en sociedad manipulamos y gestionamos los
recursos que nos proporciona el entorno natural en el que vivimos.
Reconocemos que, a veces,
el hambre es el resultado directo de las catástrofes naturales, pero, incluso
en estos casos, sus más amplias y más graves consecuencias dependen de nuestra
manera razonable o irrazonable, justa o injusta, solidaria o insolidaria de
distribuir y de aplicar los medios para prevenir y para paliar sus efectos
devastadores.
Por eso hemos de denunciar que el hambre es un mal cuyos orígenes, causas
y efectos dependen, sobre todo, de nuestras actitudes egoístas y de nuestras
conductas insolidarias. En mi opinión, si, por ejemplo, hiciéramos un ejercicio
de imaginación y si nos representáramos a nosotros mismos en las situaciones de
esos mendigos con los que diariamente nos cruzamos y, sobre todo, si nos
esforzáramos un poco por sintonizar con sus sensaciones y con sus sentimientos,
es posible que se avivara nuestro sentido de la justicia para exigir una
concepción diferente de la economía, y es probable que se “alimentara” nuestra
solidaridad activa, al menos, con algunos de los más próximos.
2 comentarios:
Comparto totalmente su mensaje de empatía. Si el hambre tiene alguna solución, el primer paso para alcanzarla sería la reflexión que refleja en su texto.
Antonio Díaz
Comparto totalmente el texto.
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