La mañana del día de las elecciones estaba
cumpliendo con todo lo esperado: un sol joven y radiante se elevaba bajo un
impecable cielo azul regalándonos una temperatura agradable a la que acompañaban
el verdor de los setos vegetales recortados junto a las aceras y el sonoro gorjeo
vitalista, proveniente de la enorme arboleda donde un sinfín de pájaros pugnaban
por hacerse un lugar en el espectáculo de la calle, que además de su frescura, hoy
también abrazaba un cierto anhelo de dominical esperanza brotada del sentimiento
más íntimo llegado desde la ilusión democrática y la sensatez común entre los
pocos transeúntes que a esa hora temprana caminaban tranquilos, pasaban veloces
y esforzados enfundados en sus atuendos deportivos o desayunaban privadamente
bajo los soportales de sus casas junto a sus hijos.
No se trataba del Edén. Era sencillamente el día
elegido por el calendario electoral, ese día en el que junto el resurgimiento
de las esperanzas ciudadanas, se acallaron las soflamas, arengas y lindezas vertidas
con naturalidad desde las tribunas televisivas, donde figuraron como actores todos
los pretendientes que hasta ayer nos castigaron por los flancos con sus
habituales discursos cargados la mayor de las veces de banalidades, requiebros dialécticos
o teatrales agresiones entre postulantes.
Discursos con los que distraer al personal con
minucias y miserias y no dar así a los votantes la oportunidad de reflexionar
sobre el estado del acerado al que llegaban las fragancias de los setos, el
cuidado de los parques y arboledas desde el que trinaban los pájaros, la acallada
contaminación urbana, el no siempre transparente destino de los impuestos o las
obligaciones sociales del nuevo gobierno para con aquellos que con extrema
dificultad, se bañan todo el año en la realidad de no llegar a fin de mes, y ya
en España -Otra vez como antaño- situados frente a la ignominia de verse
obligados a enviar a sus hijos mal nutridos o directamente sin desayunar a unos
colegios cada vez más carentes de dotaciones y cada vez más tristes y más
grises, ante la falta de esperanza de sus alumnos por alcanzar en el día de
mañana, una oportunidad con la que poder vivir con dignidad, muy lejos de la
cacareada recuperación económica perfectamente camuflada entre el batallón de los
índices e indicadores de la injusticia, que amenaza con convertirse en endémica
como antaño, capaz solo de repartir sus mieses entre los pocos elegidos entre
los que no se encontraran la mayoría de españoles que pretendan ganarse la vida,
-ilusos ellos- de forma honesta y digna solo con el solo esfuerzo de su trabajo.
Sin embargo, un sucedáneo del Edén sí que se
encontraba no muy lejos de la ciudad. Tras haber concurrido esa misma mañana a
las urnas, rodeado de una nube de cámaras y fotógrafos, uno de los machacones oradores
de la campaña, desde su atalaya del Olimpo hablaba con su rival en tono
reflexivo en la seguridad de su encumbrada y exquisita discreción.
-
Nada.
De eso nada, que si tras las elecciones hablamos de esa forma a los votantes
-Se refería a los ciudadanos- se nos despabilan y lo mismo en poco tiempo deciden
pedirnos que discutamos sobre programas electorales libres de locuacidades y
chácharas y nos exigen otros repletos de contenidos serios. ¿Se imagina una
campaña así con el esfuerzo que requeriría todo eso?
Sin embargo hoy su clásico interlocutor de la otra
cara de la moneda no actuaba como de costumbre, y además de guardar silencio y escuchar
atentamente al súper político encumbrado de la soledad, esta vez tenía
levantado el mentón sin dejar de abandonar su acostumbrada cara de póquer
profesional. El otro seguía.
-
¿No
te das cuenta? ¿Cómo se te ocurre que hablemos de actuaciones concretas y específicas
sobre las ciudades? Es una insensatez hablar de partidas presupuestarias
cuantificadas donde se señale con transparencia el origen y el destino del
dinero que hará posible cualquier ejecución en una fecha del calendario. ¡Qué
horror! Al votante -Se refería al ciudadano- le puede sobrevenir la ocurrencia
de actuar como soberano depositante de la confianza sobre sus gobernantes,
incluso medirnos por el grado de coherencia de los dichos y los hechos como representados
suyos. ¿No se da cuenta mi querido amigo del peligro al que nos enfrentamos si
no evitamos como es debido tamaña osadía?
La mañana que a ambos lados de la ciudad discurría
como había empezado, -Entre esperanzas y reflexiones- a este lado aconsejaba con
tomar el refugio del sol y sombra otoñal bajo la Jacarandá que presidía al
fondo la inmensa explanada tapizada con aquel impoluto césped perfectamente regado
y mejor cortado. ¡Ah si de verdad dejara de llover, el magnífico negocio que
podríamos hacer entonces con la privatización de nuestra abandonada red
hidráulica! Reflexión que al amparo de los diminutos arcoíris surgidos a
contraluz desde los lejanos aspersores, solo se atrevió a pasar por las cabezas
de ambos interlocutores, esperanzados a la postre, con que la cíclica sequía climática,
nos alcanzara finalmente y de una vez por todas, tal y como había ocurrido toda
la vida. ¿Se deberá su tardanza al cambio climático ese de París?
-
A
cambio, mi querido amigo, le voy a proponer a usted una alternativa. Lejos de hablar
de impuestos ni de nada que pueda despabilar al personal, echaremos mano de
nuevo de nuestros dos fieles aliados, ya sabe a que me refiero: la crispación y
el miedo, que a lo sumo, erosionaran un poco a la marca España y como este país
parece resistirlo todo, pues no pasará nada y al final nosotros mandando como
es debido.
Un suspiro conjunto y una suave afirmación de asentimiento
parecieron sellar una especie de acuerdo en relación con la marca referida. Y
es que en el mundo del mercado, todo lo que se menea aparece en venta. Los
negocios son los negocios y lo demás, bagatelas antiguas sin importancia.
-
Ya
sabe. Lo de siempre: que si la extrema izquierda, que si eliminaran la
propiedad privada, lo de la desconfianza de los mercados, que si nuestros
socios europeos, y si hiciera falta, hasta que la ira del mismísimo Zeus se
cernerá sobre nuestras cabezas aplastándonos con su catastrófico rayo.
-
¿Zeus?
-
Lo
ve mi querido amigo, al igual que usted, todos creerán que se trata de un
condenado bolchevique enviado desde Venezuela financiado por el propio diablo.
Funcionará, se lo digo yo.
Después; llegó el aperitivo y el paseo familiar entre
los setos de la alomada explanada con vistas a la sierra junto al repaso
acostumbrado de los temas de siempre sobre los que ambos poco tenían que decir,
a saber: el modelo de estructura económica del país para resistir mejor las
crisis venideras, el programa de inversiones públicas, el impulso a la
investigación, el desarrollo de un sistema energético autóctono que nos
independice de la especulación ajena, la reindustrialización del país, el pacto
nacional de la educación en el que se empeñan algunos ilusos, la racionalización
de horarios laborales y la competitividad de las empresas, la formación de los
futuros profesionales, el apoyo económico a las familias hundidas tras la
crisis, la soberanía y la independencia política y en fin, todas esas cosas de
las que hablan dos amigos durante el aperitivo en la confianza que quedarán a
buen resguardo de la discreción y en la tranquilidad que solo quedarán en
palabras, pues sobre ellas, los hechos, ya llegarán a su debido tiempo cuando
otros hagan ese esfuerzo por nosotros. Que ya se sabe, siempre nos quedará el
consuelo clásico de decir: ¡Que inventen ellos!
Manuel Bellido Milla.
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