Fotografía de: http://www.dtlux.com/
El final de la tormenta
Aquel claro por la popa nos descubrió una estrella,
declinación y azimut le fueron sustraídas de inmediato
y festejamos la lejanía de la costa a sotavento.
El viento, se resistía a remitir aunque la voz de su
rugido
nos sugería el cansancio extremo.
Como el de todos a
bordo después del largo temporal.
Las crestas de espuma blanca y fría
remolonas, con desgana
una vez vencidos sus rociones en cubierta
se retiraban lentamente de las olas.
sin mirar a la línea del horizonte aún ondulada
que cómplice del alba, se mostraba nítida y segura.
Por el Este.
Las nubes, siempre atentas
mudaban su color al son del nuevo tiempo presentido
cambiando negro por morado y aún amarillento.
Y el silencio.
De pronto descubrimos el silencio.
Las burdas y las drizas, enmudecieron
al compás del viento huidizo que las abandonaba
susurrando su despedida a los senos de las velas
rizadas, puestas al capeo.
La tempestad se adormecía
acunada por el cálido abrazo del sol nacido
que aún tímido y tembloroso, hacía brillar la regala
impregnada de la humedad de mil noches de tormenta
Y escalamos los obenques y subimos a las bregas
liberando de ataduras a las velas
que se hincharon regalando gotas de rocío
como lágrimas de alegría
henchidas por el viento sereno y bonancible.
Marcaciones de sextante
lectura de cronómetros
consultas a las tablas y al viento fresco de la mañana
que nos empuja con descaro por la aleta
invitándonos a navegar oteando el horizonte
por la proa hacia donde él nos lleva.
Alejándonos de los negros y vencidos nubarrones
que dejamos lejos por la popa.
¡Y a navegar velero, a navegar...!
que el mar y otras singladuras nos esperan.
Manuel Bellido Milla
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