Da
igual que me caiga mal, que sea un desconocido, y si me apuras, que la imagen
provenga de un televisor. Si veo a una persona bostezar, bostezo.
Independientemente del color de la piel, del
círculo sociocultural y el continente de residencia. Hay algo en el diseño del
humano que está por encima de las diferencias entre los individuos. Y es la
pertenencia a una manada.
Dicen
que el hecho de que el bostezo sea contagioso permite que en un momento de
relativa seguridad, todos los integrantes de un grupo se vayan transmitiendo la
información “es momento de relajarnos, podemos hacerlo”.
Y
a día de hoy, y a pesar de todo, aún sigue funcionando. Parece que, a veces, el
sentimiento de “hermandad” se manifiesta a través del cuerpo. Quizá si
prestáramos más atención a este tipo de expresiones, podríamos apreciar todo lo
que compartimos en vez de agarrarnos a los matices que nos separan.
Esther Alberca Reina
1 comentario:
Para las veces que he pensado que alguien bien se merecía un bostezo en público...
Y es que la etiqueta, a veces, juega en favor del que no se la merece. Sólo a veces...
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