Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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jueves, 13 de abril de 2023

Hábitos

 


 

Taller de Equipos de Astilleros de Cádiz. La foto nos muestra una panorámica de la sección de tuberos. Al fondo, la de caldereros y matriceros. Este taller aún se puede ver tras las instalaciones del Consorcio de Bomberos de San Severiano, en la ciudad de Cádiz. El único taller del astillero que ha sobrevivido a la ignominia.

Fuente: Blog de Astilleros de Cádiz de Jesús Gargallo.



No lo despierta el timbre del reloj. Tiene costumbre de abrir los ojos antes de que el minutero llegue a las doce, pregonando que son las seis de la mañana. De noche aún. En la cocina lo espera el café recién hecho por el padre, y desayunan mudos entre tostadas y margarinas, sonidos tibios de la radio, una ración de chocolate, algo de leche condensada y el plátano. La carpeta con los apuntes, para que no se olviden, la dejó antes de acostarse en el recibidor, junto a la puerta. Se mueven en silencio, para no despertar a nadie antes de acudir al cuarto de baño. El único de la casa. El padre ya lo visitó antes que el minutero rondara a las nueve. Pocos minutos después saldrán a la calle y caminarán deprisa, hasta el lugar donde, por miles, acuden otros con el mismo afán. Todos abrazados al silencio en el que sobran las palabras, porque todos saben qué hacer y lo que de ellos se espera.

Traspasarán la puerta con el aullido de una sirena en la noche. Aquí la alborada se anuncia para toda la ciudad, como un quejido de vitalidad que asiera el futuro con temor. La señal de que el nuevo día despertó antes que el sol. Luego el espacio se llenará de horas y labores: retos cotidianos al alcance de su mirada adolescente. Alguna chocolatina que le dejó la madre en el bolsillo, los primeros amores que lo acarician como cuchillos de hielo. Centellas de soplete, puntadas de soldaduras, polines, cartabones, ménsulas de escala, tecles, candeleros, cubiertas y sombreretes cuyo destino es navegar. El mar siempre a su lado. A las nueve, el pulso del ambiente se detiene y las estructuras de acero los acogen en su geometría. Cada día le toca a uno ir por la cerveza, los bocadillos son cosa de cada cual. Algunos se los traen hechos de casa y la mayoría acude a la máquina: el más sabroso es el de atún en aceite, o el de caballa; el que más engaña el de jamón que casi nadie quiere, y el de queso, que depende. El de salchichón siempre le pareció plástico. La máquina mejor surtida es la del taller de Equipos. En cualquier caso, el sabor frio de la cerveza los igualará a todos, y el apetito, hará el resto antes de consumir los veinte minutos de descanso y el cigarro que se consumirá en el tajo. El tiempo avanzará entre planos y estampidos, fulgores y maniobras, y así, hasta las doce y media, cuando se abran las puertas del comedor colectivo.

Tres platos y postre. No se repite ración. Indica un cartel un día orgulloso, hoy cansado de polvo y olvido. El cartel no lo dice, pero todo el mundo sabe que el menú cuesta tres pesetas a descontar de la nómina. Como es miércoles y semana de botadura, tenemos paella. Antes de entrar apostamos por quién encontrará una gamba en el arroz. Al salir perdemos todos, aunque el pollo estaba bien y la paella de repetir. La ensalada llegó abundante, con tomate solitario y trazas de cebolla. El condimento de aceite sal y vinagre, a discreción, como siempre. De postre una naranja que pueden ser dos, si le dices al encargado que te tocó una podrida. Él te dará una segunda y te obsequiará con la sonrisa del que lo tiene casi todo aprendido. A punto de jubilarse. Camino de retomar la faena, la parada será en la máquina del café, que apuraremos antes de abrir la caja de herramientas y poner las manos en la gestación de un nuevo buque que echar a la mar.

La sirena de las cinco y media marcará el inicio de una carrera en más de un sentido. Por lo pronto, hacia el autobús, que, a esa hora, como siempre, llegará repleto y no se detendrá en la parada, sino cien metros más arriba; lugar que el muchacho alcanzará corriendo con la benevolencia inconfesa del chófer que, gruñirá como siempre, mirará al retrovisor y añadirá unos segundos de espera, espetado por los viajeros. «Espera chófer, que llega corriendo el pibe» dirán. Al subir jadeante dará las gracias y se bajará en el Campo del Sur. Correrá hasta la Escuela de Maestría Industrial y llegará en punto a la hora en que comienzan las clases. A las ocho, diez minutos para un café y retorno al aula hasta las diez. El mismo autobús, ahora casi vacío, lo llevará de vuelta a casa donde su padre le tendrá preparados dos filetes y un plato de patatas fritas. La madre le habrá hecho el flan de huevo en el que lleva pensando toda la tarde, y se lo llevará a su cuarto relamiendo el azúcar quemado. Son las once y media y solo queda tiempo para acostarse, dormir con el soniquete de la radio y tomarle la delantera al despertador del día siguiente.


              Manuel Bellido Milla

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Los 70", fue la década dorada de los Astilleros de Cadiz (no antes, no despues).

Manuel dijo...

El astillero quedó arrasado en la explosión de 1947, pero hubo inversiones públicas y se rehízo en la siguiente década. En los años sesenta ya era un gran astillero, aún por concluir su estructura fabril, pero una gran instalación naval muy próspera, que, cada vez empleaba a más operarios, técnicos e ingenieros.

Eran los tiempos de los puestos de trabajo para toda la vida...

Los sesenta también fueron los años en los que se levantó la gran grúa pórtico. El Pórtico, para lo gaditanos y, efectivamente, los setenta fueron los años de mayor actividad. Casi 4000 personas acudían diariamente a trabajar al astillero, una buena cantidad de contratas y, naturalmente, una infinidad de comercios, suministros y servicios industriales erradicados en Cádiz y su bahía. Trabajo en definitiva. Mucho trabajo y prosperidad para una ciudad que crecía en habitantes y en renta disponible para sus vecinos. Casi todo el mundo tenía a alguien trabajando en el astillero. El astillero de Cádiz era para la ciudad un sólido presente que resistió bien durante la gran crisis económica del 73.
Presente y futuro, aunque, lo de futuro, finalmente, ya sabemos cómo acabó. Ya sabemos cómo es el presente actual de aquel futuro que todos deseábamos y que no fue lo esperado. Es decir, lo que viene siendo hoy el presente de Cádiz.

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