La ribera del rio
Contemplarte,
bella naturaleza, es sublime, mirarte, sentirte, es una forma de comunicarme
contigo, mimetizarme, el culmen.
El batir suave, dócil, de las sombras
protectoras de tu cauce, la luz del amanecer filtrándose entre las hojas
plateadas de tus solemnes vigías, con su insistente susurro al ser mecidos, por
el vibrar de la suave brisa, en ese instante del silencio que toma el día, me
indica el trascurrir de cada instante.
Según el viento sople, tus virtudes y
atributos son diferentes, indicándome el trémulo titilar que desgarra el
silencio al batir las hojas en su rítmico baile, cortejándose los álamos
plateados y los altos chopos en conformidad, envían señales.
En la cristalina superficie del agua, se
refleja toda cercanía y presencia circundante, veo la fricción del viento al
rozarte, arrugando tu superficie, surge tu ondulación, cambia tu apariencia y
su reflejo.
Observar y escuchar tu bullir, cuando
estás atrapada entre los guijarros, porque no quieres ser encerrada, ni que te
haga prisionera su hondonada inapreciable, por negarte a ser capturada o
raptada en oquedad alguna, y, como protesta, surge un aullido, ínfimo, casi
susurrante, para liberarte de tu cautiverio.
Los cantos rodados que circundas,
sobresaltas y burbujeas con tu brío, aunque entretenga y cubra mala hierba, los
sorteas, te requiere seguir, eres elemento vital, buscas salida de forma
natural, arrasas con tu fuerza la materia que impide tu recorrido, accedes a tu
camino, a tu meta, a tu libertad.
©Isabel Canales
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