Acto de Inauguración del Curso 2018-2019. La Línea de la Concepción.
Aquel barrio periférico huele todavía a
pueblo viejo, a humanidad. Las mujeres en bata saborean un café tempranero en
la puerta de sus casas, anticipo de los quehaceres diarios; las nubes han
borrado los colores del día anterior.
A escasos metros la abuela Dolores se
asoma a la ventana de tosco alféizar, puerta exigua. Un reló, midiendo el
tiempo que le queda, es su aureola. La cuenta atrás de una vida en agraz,
amenazante. Tiene la cara vestida de telarañas y sus ojos, tristes, secano de sentimientos.
Parece Dolores una virgen tallada que recuerda tiempos mejores. Un guiñapo
descolorido es el solitario adorno del altar que parece su casapuerta.
Y gira el mundo mientras la vida pasa,
queda solo la soledad aromando el
ambiente. Se queda sola a orillas del mundo.
Y allí, junto a la imagen de aquella
virgen pintada de negro, el pasado se enhebra y los escombros de aquella
juventud mía de entonces se agarran, como enredaderas a cada rincón de esta
memoria que juega a los dados, poniendo entre paréntesis esta madurez que ahora
me corroe.
Pisar nuevamente las calles de este
barrio es mirar dentro de mí mismo, repitiendo la vida en la vida mía.
Reviviendo.
Lo que fue mi infancia deambula por los
rincones aquellos que nada tienen que ver con estos. Son distintas las calles,
las plazas, los patios, la gente, la vida…Hoy manejo el paso del tiempo con más
cautela. Ni el barrio ni yo somos ya lo mismo. Todo está transfigurado por el
tiempo. El mismo tiempo que ha recorrido sus calles, se ha colado en sus casas
y ha maltratado a su gente.
El tiempo es testigo de aquella homilía
de los buscavidas pregonando piñones a precio de saldo, de aquellos abrazos que
entonces parecían un sueño y se han transformado en una decepción compartida, y
también de aquellos besos. El tiempo, siempre el tiempo, que nunca se apaga.
Que no cesa en su empeño.
Enrique Rojas
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