Acto de Inauguración Curso 2018-2019. La Línea de la Concepción.
El amanecer, recorta la silueta del orgulloso castillo
sobre la abrupta loma en el contraluz con la alborada tras los cristales. Aquí
dentro, se respira un aire de adormecida calidez presidida por la sigilosa marcha
del tren que devora el paisaje a doscientos cincuenta kilómetros por hora,
desafiando imbatible al termómetro que nos indica el frio atroz que hace fuera,
justo en el momento en el que el disco solar se despereza tras las suaves
ondulaciones de la campiña, y un nuevo día nos saluda.
A mi alrededor, los silenciosos viajeros siguen
envueltos en lecturas de libros flamantes o concentrados sobre pantallas de
finísimos ordenadores portátiles, completamente ajenos al espectáculo que la
naturaleza les ofrece con el nuevo día, ahí fuera, donde hace tanto frio. Si
acaso, levantarán sus miradas de fastidio interrumpidos por un teléfono que
rompe el silencio en el ambiente hipnótico de placido artificio.
Y entonces, pienso en otra clase de frío, mucho más
terrible que el que indica el termómetro de la cabina: el frio de la indolente,
cómoda e incompasiva posición de muchos viajeros subidos hoy al tren, que
elijen permanecer ignorantes del paisaje, simplemente incapaces de prestar
atención a otra cosa que no sea su hora de llegada a destino, todo ello,
mientras bostezan en el asiento o se sienten acomodados en el convoy que los
conduce por la sociedad
¿Nuestra sociedad?, la misma que los desliza impasible
y nos hace creer a salvo circulándonos a toda velocidad. ¿Pero, qué destino es
ese? ¿A caso el destino no es aquel que está en la sucesión de estaciones y
encrucijadas? ¿Qué podremos decir de nuestro viaje si vivimos indolentes o
temerosos en el trayecto? ¿Podremos, al fin, permanecer ajenos al panorama del
paisaje y las circunstancias del paisanaje?"
Manuel Bellido Milla
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