Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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domingo, 23 de diciembre de 2018

El espejo roto, consideraciones sobre la Patria y el Estado.


Acto de Inauguración del Curso 2018-2019. La Línea de la Concepción.

Se discute si fue durante el Renacimiento cuando el espejo contribuyó a favorecer la percepción individualista de sí mismo, al generalizarse el poder verse la cara en un objeto asequible, aunque aun caro. Esto diferenció el “yo” individual del concepto de pertenencia a una familia o pueblo, y favoreció el concepto de “hombre nuevo”. Sin embargo, hasta hace aún poco, la mayoría de gente conocida lo era porque se conocía su cara, porque se había vivido, trabajado, hablado, jugado o relacionado de alguna forma con esas personas. Esto favorecía la fraternidad, empatía y la solidaridad, al menos con el reducido grupo del entorno social. También la noción de amor a la patria propia, entendida como ese amado entorno social. Y, a veces, propició el nacionalismo excluyente en defensa de lo que se creía propiedad o pertenencia.

Ahora la comunicación multimedia, las redes sociales e internet han hecho que se trabaje, hable o juegue menos cara a cara. La telecomunicación es un hecho que permite relacionarnos con mucha gente a grandes distancias. También permite conocer lo que ocurre en muchos sitios casi en tiempo real y saber cómo nos puede afectar. Esto rompe muchos esquemas mentales antiguos y muchas fronteras, pero no todos ni siempre. La realidad es testaruda y permanece pese a los múltiples ideales e intereses, pero a la vez su conocimiento puede favorecer tanto la colaboración y el apoyo mutuo como la rivalidad y el enfrentamiento. El concepto de patria también ha cambiado, y sus posibilidades de implantación y de efectos, pero son muchos los nacionalistas que encerrados en sí mismos lo desconocen o los supremacistas que insolidarios no quieren aceptarlo.

Justicia es dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde, aunque la vida no sea justa, por eso hacen falta las leyes y el Estado. Si la forma más simple de definir un Estado la asumimos como “una forma de estar una población en un territorio bajo unas mismas leyes”, es la ciudadanía que otorga la pertenencia al Estado democrático lo que más iguala en derechos y deberes a los ciudadanos de ese Estado a la vez que proporciona más libertad y seguridad, tanto física como intelectual y jurídica.

Pero es también el compromiso con los deberes lo que propone y proporciona el acceso a esos derechos. Y es la solidaridad una de esas primeras obligaciones y la que más une, cohesiona, y fortalece al grupo humano, sea una familia pequeña o una nación de tamaño continental, porque evita que ninguno caiga solo y sin ayuda. En esa confianza, es más fácil vivir, competir, progresar o sobreponerse a las adversidades.

Compartir las leyes, la economía, las finanzas y la seguridad, tanto hacia el interior como hacia el exterior, no solo nos hace más cohesionados y fuertes, sino que también ahorra costes y favorece el progreso social, económico y tecnológico, además de ser el mayor obstáculo para que se repita una guerra entre países europeos, e incluso cualquier guerra civil entre europeos, sean o no de los actuales estados-nación. La solidaridad hace Patria, patria común a todos, y a ella se oponen los nacionalismos insolidarios, egoístas o excluyentes. Por ello importa la gestión del tiempo disponible. Lo aprendido en la educación pública durante generaciones, hace que se necesiten también al menos una larga generación para ser cambiado, quizás no menos de un cuarto de siglo y para ello las estructuras del Estado deben ser distintas de las del propio gobierno, de los partidos y de otras organizaciones sociales o políticas.


                Miguel Pérez



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