La soledad, desde la aurora de la personalidad, se
muestra como una constelación cuya principal cualidad es su intransferibilidad.
La soledad, una de las experiencias humanas más complejas, junto al dolor. Podemos
afirmar que las soledades han colonizado el universo humano.
La soledades emocionales. Soledad triste. Melancólica.
Nostálgica. Cansada. Indolente. Aburrida. De la quietud y el reposo. La soledad
alegre. Grata. Esperanzadora. Enriquecedora. La soledad dolorosa. Atormentada.
Desolada. Trágica. Por sentirse abandonada, incapacitada para la
reconciliación. Soledad amarga, como fin de pepino, la de clausura o
destierro.
La soledad
de los vacíos interiores. La soledad en la locura, donde existe el tiempo de
todas las incertidumbres. ¿Cómo acercarnos a ella sin que nos afecte plenamente
el ser? Hay una soledad que te espera y te visita. La soledad impuesta por un
freno: la enfermedad. Y es entonces que dices: “la soledad me buscó de una
manera que no se la deseo a nadie”. También como síntoma, como camino. Cuando
la persona busca y pide autenticidad en el acompañamiento. Una soledad como
castigo, como desorden -cuando de mi boca brota un lamento, ¡estoy sola!- . Hay,
una soledad de todos los tiempos. Penamos multiplicidad de soledades, como ahora
en las redes. Está la benéfica, que es buscada y encontrada. La necesaria y a
veces estéril. La soledad del espectador y la del que habla en público. Soledades
estéticas y escénicas. La del juez -cuánta soledad en la indefensión,
también- La soledad del poder. Soledades pobladas de olvidos y de
recuerdos, otras. Soledades complejas, como la soledad creadora
y madre de la belleza. Y, la soledad de la naturaleza, una soledad cósmica.
Y yo les
pregunto ¿A qué huele la soledad?
Juan Carlos Canto Manteca
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