El
verdadero amor no es el amor propio, es el que consigue que el amante se abra a
las demás personas y a la vida; no atosiga, no aísla, no rechaza, no persigue:
solamente acepta.
Antonio Gala
Quedarme
en vela se ha convertido ya en una costumbre. Aún faltan unas horas para dejar
la cama y empezar una tranquila jornada. La noche continúa con los ruidos de
siempre: algún perro ladrando, o gatos callejeros que maúllan en nuestro
jardín, pero el sonido principal son tus ronquidos, mi amor. Lejos de ser una
molestia, sé que sin ellos no podría vivir. Los necesito. Eres mi polo opuesto:
de carácter tranquilo, hábil con las manos, un poco desmemoriado, de piel muy
blanca con ojos verdes. Yo soy morena, de mirada oscura, buena memoria, con la
cabeza siempre hirviendo, planeando, leyendo…
No
sé cómo hemos podido conectar a esta edad. Posiblemente para amar bien es necesaria
una madurez lograda tras años de sufrimiento y decepciones. Tú supiste
conseguir que me conociera mejor. Nuestro amor no ha nacido encadenado, ni por
egoísmo. Yo necesitaba mirarme en unos ojos limpios de prejuicios. Estás orgulloso
de ser quien eres y de haber crecido dentro de una familia numerosa. Los
recuerdos de tu infancia y adolescencia son felices, llenos de sencillos
momentos. En ocasiones, sientes nostalgia de aquella despreocupación, de la
fuerza y la salud que te caracterizaban. Tu familia sigue unida, aunque cada
uno lleve su vida, pero ante la adversidad os apoyáis.
La
noche es larga y mi mente vuela a tu pueblo de aromas marinos. Veo también el
río de mi infancia llena de afectos. Luego revivo nuestros amores pasados, los
míos y los que me has contado. Ellos nos han llevado a un camino duro del que
salimos heridos. Únicamente fuimos felices en nuestras profesiones. Antes de
conocernos, tuvimos que saltar muchos obstáculos. Ahora creo que no somos tan
diferentes. Y quizás llegamos a ese infierno
de sentimientos por culpa de un carácter sin dobleces ¿Acaso no nos parecemos
en eso? Mi vida antes de liberarme estuvo llena de renuncias. Fui obligada, por
amor, a abandonar a la que era. Tuve que aceptar un perverso alejamiento de mis
ideas, de mi familia, de mi felicidad pasada. Creé una personalidad a la medida
de él. La juventud me llevó a depender de un hombre que me lanzaba continuos ultimátums,
y yo los aceptaba sin exigencias. Solo los libros consiguieron salvarme de
desaparecer.
Te casaste, mi amor, cuando eras casi un niño, sin embargo, la madurez te llegó pronto, y conseguiste que la familia funcionara, porque tu mujer siguió siendo niña, a pesar de la triple maternidad. Al final, te separaste de ella. Te tocó a ti cuidar solo a las niñas. La madre se fugó persiguiendo sueños de príncipes y princesas. Después una madrastra disfrazada de hada madrina apareció ofreciéndote falso afecto para tus hijas. Te encadenó con el hechizo del matrimonio y sucumbiste bajo sus garras perversas. Tuvo dos criaturas y te las escondió. Les enseñó con maldad que tú no merecías ser su padre. En esta larga noche aún me sigo preguntando cómo has conseguido no ahogarte en ese océano de maldad humana, cómo has podido llegar a mí ilusionado, confiando en nosotros dos. Ahora sé que el amor es hacer que la otra persona pueda sentirse feliz realizando el propio proyecto de vida, pero al mismo tiempo, ayudar a que pueda realizarlo el otro; amar sus virtudes y defectos o diferencias. Todo eso, lo he encontrado contigo.
Guadalupe Pereira Bueno
2 comentarios:
Bonita historia Guadalupe, el amor no tiene edad y puede reencontrarse con uno mismo en cualquier momento de nuestras vidas. Si hay amor hay vida, con respeto y confianza con la pareja. Felicidades
Te lo escuché un viernes de los nuestros, pensé un bello canto, ahora que lo puedo leer, te felicito y doy las gracias.
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