50.- La ancianidad puede ser el tiempo de la libertad.
Durante
la ancianidad, a pesar de que, como todos sabemos, se producen cambios en
nuestro cuerpo y en nuestra mente, es -puede ser- el tiempo de la libertad, el
período en el se aflojan los lazos convencionales que, en otras edades, las
normas sociales o las modas dictadas por la publicidad nos imponían unas
conductas rígidas y, a veces, arbitrarias.
“Cuando
llegamos a cierta edad –me decía ayer un amigo- perdemos el respeto humano, nos
ponemos el mundo por montera y podemos permitirnos el lujo de pensar, imaginar,
sentir y de hacer todo aquello que, sin causar daño a nadie, nos pida el cuerpo
y el espíritu”. Y es que, efectivamente, sólo aprendemos a vivir cuando ya
hemos vivido: cuando hemos trabajado, cuando nos hemos equivocado, cuando hemos
disfrutado y, sobre todo, cuando hemos sufrido. En la vejez es cuando podemos
cosechar los resultados de la experiencia.
En
contra de los tópicos más repetidos, podemos afirmar que, cuanto menos edad
tenemos, menor capacidad poseemos para elegir caminos, porque sólo cuando
llegamos a la cumbre, divisamos el horizonte abierto y podemos elegir las
sendas adecuadas que nos conduzcan a nuestro bienestar.
José Antonio Hernández Guerrero
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