Admiración
Admiro a este señor porque desde que le conozco,
me transmite energía positiva.
Tiene un halo de sabiduría y nobleza.
Es una persona generosa, que dedica su tiempo
a escribir y compartir lo que sabe de la vida.
Es optimista, y sigue trabajando con ilusión en lo que hace.
La gente lo aprecia y respeta.
Es detallista: cada día le regala piropos a su compañera.
La edad no lo retira.
Es un enamorado de la vida, un filósofo.
Ojalá la sociedad dispusiera de seres así en más cantidad;
ojalá la mayoría de ésta
– mediocres, ególatras, incultos, pasivos -
lo imitara.
El mundo sería más bello.
Francisca Sánchez Rico
La vida es egoísta
Qué altos corredores transitarán al niño
hasta el inmenso sueño de las habitaciones.
Mi soledad los lleva por el mundo,
entre la libertad y la incertidumbre,
con esperanza, sin acabamiento,
buecando el corazón de los caminos.
Josela Maturana (La soledad y el mundo)
Doña Ana María toda su vida fue
comadrona.Desde muy
pequeña, recuerdo que iba a mi casa cada vez que mi madre esperaba un nuevo hijo.
Era una señora robusta, no muy alta, de
fuertes manos y de ojos grandes y castaños que, a mí, se me antojaban tristes
y, a veces, ausentes como si recordase algo que le hacía daño. Sobre todo, cuando
traía un hermoso ser a este mundo –como decía ella-. Recuerdo que me la
encontraba muchas veces cuando iba para el colegio Vivía en mi misma calle,
justo arriba y en la misma acera. Tenía un patio lleno de flores en la entrada y algunos árboles frutales, y
al pasar por allí, si estaba abierta la puerta, siempre me asomaba. Había algo
que me atraía de ella aunque no sabía el qué. Quizás era por
su trabajo lleno de humanidad. La había escuchado decir que cada niño que cogía
entre sus brazos, era como un ángel o como una luz que le daba esperanza
y consuelo a sus desdichas. De joven
decidió ser comadrona porque decía que a sí nunca estaría sola; ya que
tendría siempre el milagro de la vida entre sus manos. Y en los treinta y cinco
años que ejerció su profesión, cientos de niños vieron la luz gracias a ella. Mi madre la apreciaba mucho, decía que era
una buena mujer y muy trabajadora.Y yo, sin saber
por qué, a mi corta edad, me inquietaba, al verla continuamente vestida de
negro y envuelta en su tristeza. Siempre imaginé que era una mujer soltera.
Aunque comprendí su estado el día que mi
madre me desveló todos mis interrogantes: Doña Ana María se había casado muy
joven y tuvo dos hijos preciosos: Ana María y Fernando. Llenaron de dicha al matrimonio que vio culminada su felicidad.
Pero la vida, tan egoísta, se los arrebató, de un manotazo, en un terrible
accidente cuando tenían doce y quince años. Y no conforme, se llevó a los tres
meses a su marido.
Desde entonces comprendí… tantas cosas. Doña Ana María vivió
en constante pulso con la vida, y cada niño que traía al mundo era como un
trocito de su felicidad perdida, y lo único que le daba el empuje y el coraje
para vencer la soledad, y seguir luchando por la existencia.
Mª Del Carmen Rodríguez López.
Las
palabras
No hay comentarios:
Publicar un comentario