La muerte de la ballena
Llegó tiznada de tinieblas, loca de
olvido,
revestida de bosque desfoliado
y los ojos resecos como tumbas.
Todo el aire del mundo era una ola
que engendraba humedades en la
arena.
Llegó y era la noche,
amortajando lágrimas autófagas,
una nube perdida en la
frontera
donde nace el desierto.
Órbita grave,
dormía el cosmos por su piel de
roca
que ha sentido el calor de las
mareas
y ha probado los besos furiosos de
los dioses.
Su garganta era un pájaro desnudo,
un coágulo del mundo su contorno,
espasmo de la historia era su
grito.
Sangre cansada de beber distancias.
Undoso el viento se durmió en el
limo
secreto de sus sueños.
Admiramos
su vientre donde el agua fue un
velo de novia verde pálido.
La sed la atormentaba
y los peces de río se sumían
en la gruta de mar que era su alma.
Cuerpo aterido el suyo, forjador
desde antiguo de los mitos.
Perdió la brújula y la muerte
torva,
herida de las voces de los hombres,
quiso su canto antiguo de la
Tierra.
Ramón Luque Sánchez
Te arrancaré de tu cuerpo
Viernes por la noche; mañana no
tenía que madrugar para ir al trabajo. Era su fin de semana. Dos días de reposo
viendo la tele y durmiendo a pierna suelta sin nada que le molestara. Solo se
levantaría de la cama para ir al baño y comer.
Casi todas las mañana despertaba con
dolor de cabeza, era culpa de su hipertensión. Había comenzado la película y no
pensaba perdérsela; la estaba viendo recostado en el sofá después de la buena
cena. Interesante película de acción y suspense; le quedaba un descanso al
menos, después de cuatro anteriores durante los que había dado alguna
cabezadilla despertándose a sobresaltos y “taquicárdico”, al creer que se había
perdido el final. Somnoliento y enganchado se mantenía expectante con los
párpados semicerrados. Fue terminar y automáticamente se durmió.
Una sombra más negra que la noche se
le echó encima ahogándole con su peso. Sudaba y se asfixiaba, la sentía en sus
entrañas; luchó como un jabato y con un gruñido que más pareció un ronquido
logró rechazarla. Su corazón parecía un caballo desbocado y su pecho un
compresor a todo gas. La sombra se evaporaba en la oscuridad revoleteando del
revés. Sus ojos de fuego se clavaron en los suyos; sus labios ondulados en rictus
de muerte se abrieron para dar vista a una garganta sin fondo desde donde una
voz tormentosa resonó con eco: “¡¡Ya volverás a confiarte y entonces te
arrancaré de tu cuerpo para siempre!!”.
Con una bocanada de aire emergió de
las profundidades de aquel agujero negro alejándose de esa luz que le atraía
como un imán y…, despertó apnéico. Aterrado, juró no dormirse más sin su CPAP
─máquina de presión positiva continua en la vía aérea.
Cristóbal Moreno Romero
Mi espacio
Entro
y el mundo queda fuera, tras la puerta aunque ésta permanezca abierta. Al pasar
bajo el marco, la vida cotidiana se transforma en esa otra que vivo
intensamente, sin límite de tiempo. Es una habitación pequeña que puede hacerse
tan inmensa como una catedral, donde la ventana deja pasar la brisa para acabar
siendo una ráfaga de aire cálido y perfumado, donde las azoteas que se divisan
se vuelven jardines llenos de flores, donde el caño se llena de agua tanto como
el mismo Amazonas. Tengo la suerte de tener un espacio donde dar rienda suelta
a la imaginación, donde crear la más intrincada realidad a partir del mueble que
guarda y sostiene mis libros a la izquierda de la puerta. Me espera como un centinela, un gigante bonachón
y paciente que siente los arañazos del arrastre como caricias. No emite una
queja ni siente envidia del sillón o de la mesa que, juntos, lo miran
descarados. Estoy segura de que cuando me marcho, cuando la noche sólo deja
visible los cantos que los limitan, porfían entre ellos. Entonces los
animalillos de peluche que viven sobre la Underwood de mi abuelo piden auxilio
a la Primavera. Desde el cuadro, con presteza, se ofrece a mediar en la
trifulca.
Así
es mi espacio, el lugar por donde discurre la vida paralela que la literatura
me da sin condiciones, sin pedir nada a cambio. Y aunque las dos nos llevamos
muy bien, la duda me corroe porque no sé quién eligió a quién. Creo que nunca
lo sabré. Mejor así.
Adelaida Bordés
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