Discernir
y distinguir lo que está bien de lo que está mal, y actuar en consecuencia, no
es fácil en este mundo tan complejo donde además los medios de comunicación se
encargan de enturbiar aún más la realidad, con el objetivo de confundir y alinear,
bajo unos intereses que precisamente no responden a una honesta moral humana.
Nuestras
conciencias deben librar interminables batallas para que la prudencia marque el
fiel de una virtud y no el de un grosero exabrupto, el de una pusilánime indiferencia
o la de una cómplice alineación con el mal.
¿Qué
significaría un correcto actuar ante la violencia, las guerras de poder, la
hambruna, la escandalosa desigualdad existente, los desahucios, el desempleo o
la emigración?
¿La
prudencia de callar ante una injusticia, permitiendo que esta se instale con
nuestro silencio? ¿Y ante una mentira? ¿Cómo ocultar el sufrimiento humano,
ante la parsimonia de no señalar quienes la producen? ¿Denunciar un problema,
pero sin profundizar en las causas ni las instituciones o personas que la
producen, puede significar también un apaciguar la conciencia? ¿Cómo hallar el
fidedigno equilibrio moral entre el prudente silencio o la responsable
denuncia?
Suena
fuerte llamar sepulcros blanqueados o raza de víboras a aquellos que provocan
el sufrimiento, como también tirar la mesa de los dirigentes económicos, que
tanta miseria, desesperación y muerte están ocasionando a la humanidad. ¿Pero,
si la moderación nos inclina a callar, asumir o rezar, ¿no es quizás nuestra
indiferencia una indolente cómplice con el mal?
Las
fronteras entre el bien y el mal no quedan hoy definidas por una verdadera
moral humana, sino por unas leyes contra natura elaboradas desde el poder, bajo
la falaz excusa de facilitar la convivencia humana. Valores humanos, propios de
su espiritualidad, como la acogida a un emigrante o refugiado, proteger a la
madre naturaleza, negarse a tomar un fusil para matar a otra persona, ahorrar
en presupuestos municipales para reinvertirlos en obras sociales o planes de
empleo o denunciar el mal que provocan estas injustas ordenanzas, se sitúan hoy
en el terreno de lo delictivo.
¿Hasta
qué punto la prudencia debe impedir que nuestras acciones no traspasen los
límites de lo “sensatamente” correcto, marcado por arbitrarias leyes y
sentencias, que contradicen a una verdadera moral humana fundamentada en la
fecunda fraternidad que promueve el amor? Única arma capaz de conseguir la paz
y la felicidad mundial.
Pedro Castilla Madriñán
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