Se
hizo un silencio resplandeciente
cuando
callaste mis labios
con aquel
beso, acabado de hacer.
La tarde
también enmudecía,
interrumpida
solo por el canto
de una bajamar
en calma.
Se ponía el
día en sus horas azules,
y un esbozo de
luna
nos miraba
sonriente, desde lejos,
apenas
comenzando su deambular
nocturno, y
eterno.
No podíamos
ver aún las luces de la noche,
sin embargo
teníamos la certeza de sus brillos,
y las
adivinábamos en su perfecto
orden cósmico.
No cesaron los
silencios que nos acompañaron
en aquel
primer ocaso compartido,
y, todavía,
repite mi recuerdo
el eco callado
de tu mirada.
Esa que fue, y
será siempre.
Leonor Montañés Beltrán
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