Presa en
el Estrecho. Pintura de Carlos Parrilla
Al
mirar el nítido horizonte, siento en el rostro el viento fresco que me azota como
una caricia por el través de babor.
Desde
la toldilla, puedo ver el perfecto orden de la cubierta y al grupo de marineros
del sollao de proa, que algo desarrapados, se afanan gobernando la escota de
barlovento del velacho de trinquete. Ya se sabe que en estos tiempos, el dinero
solo alcanza para las vestimentas y boatos de palacio.
El
buque ciñe el viento y mantiene firme el rumbo. Hace dos días que tenemos a la
vista al enemigo, al que no conseguimos dar caza. Si en el arsenal nos hubieran
colocado las planchas de cobre que nos faltan alcanzaríamos los dos nudos que
necesitamos para abordar a esa corbeta.
La
moral es alta y cada vez que disparamos el cañón de proa, el júbilo de la
marinería parece hacer vibrar los obenques del palo mayor. El carpintero me acaba
de informar que ha conseguido bajar el agua de la sentina a tan solo dos
palmos, eso nos dará algo de velocidad. Con tan solo una semana más en el
carenero de Puerto Real, hubiéramos podido cambiar las tracas de la amura de
babor que tanto sufrieron en el combate contra aquel corsario y que ahora, nos
preocupan a cada pantocazo.
Intento
que mis reflexiones no trasciendan a la animosidad de mi aspecto, no quiero que
mis oficiales se desmoralicen. Ojalá un día tengamos buenos políticos que
quieran a España más que a su bolsa y gente del pueblo que mire al mar con
apego.
Suenan
dos campanadas bajo el trinquete. Me vuelvo hacia el oficial de guardia, viejo
amigo y le señalo arriba, al palo mayor. Ha estado muy atento a la visita del
carpintero y en el acto, me comprende sin mediar palabra.
¾Larga rastrera de mayor.
¾Alas de barlovento en bonete y gavia de mayor.
Ha
transmitido las órdenes sin forzar la voz, dirigiéndose al contramaestre que ya
estaba prevenido antes de recibirlas. En un instante está henchida la rastrera que
hace gemir el palo mayor mientras las alas vuelan y el buque se estremece como
un brioso corcel espoleado por su jinete. Esperemos que el mastelero aguante
después de la reparación de fortuna en la hemos estado trabajando toda la noche.
El de respeto, se lo llevaron a Madrid antes de zarpar, según parece, para
lucir como poste en un espectáculo ante el Rey con un globo aerostático. Hasta
cuando los excesos en la corte…
Han
pasado cinco horas y el mastelero parece que aguanta, lo que nos ha permitido
acercarnos al enemigo y todo ello a pesar sus esfuerzos al soltar lastre. Es la
hora del silencio ahora dueño del buque, únicamente quebrantado por el crujir
de la jarcia desde que ordené zafarrancho en el cambio de guardia hace media
hora. Todos en sus puestos estamos atentos a la evolución de la maniobra, mis
oficiales escudriñan el velamen del enemigo que amaga fingiendo maniobras
ficticias sin conseguir engañarnos. Sin duda saben lo que se les viene encima.
Dueños
del barlovento, tengo previsto soltar el lastre ya preparado justo antes de dar
la orden de entrar en combate, quiero ganar tiempo y presentar batalla antes de
embocar el estrecho y evitar que el enemigo se nos esconda en Gibraltar.
A
la puesta de sol, ese capitán ingles y sus oficiales cenarán en mi camareta
como mis invitados, por supuesto que nuestra nueva enseña diseñada por Don
Antonio Valdés ondeará ya en su popa, sobre la suya, mientras ellos reponen energías
con una tortilla al gusto español y un buen “palo cortao” de El Puerto de Santa
María.
Manuel
Bellido Milla.
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