PRÓLOGO
Hay
encuentros fortuitos que sin embargo provocan con el paso de los años intensas
historias de amistad y/o de amor. Así se puede calificar la entusiasta relación
que Juan R. Mena ha mantenido con la Poesía, así con mayúsculas. Fue puro azar y muy llamativa la manera en
que este isleño universal tuvo conciencia de que existían los poemas y de que
estos tenían la facultad de interpretar el mundo y de interpelar al tiempo. El
descubrimiento supuso para él un cauce para expresar alegrías y tristezas,
derrotas y utopías…
Todo
empezó mientras hojeaba uno de los tebeos para señoritas que atesoraba su
hermana. Hay que imaginar que ya llevaba dentro una predisposición para lo
inmaterial y lo sublime. Lo cierto es que Juan quedó prendido por el ritmo
cadencioso que encierra la buena poesía y por la emotividad que es capaz de
despertar en el espíritu del lector. A partir de ese momento leyó la obra de
los más diversos autores, al tiempo escribía versos sin descanso. La pasión y el
deslumbramiento lo acompañaron en esta etapa de su vida.
Debo
resaltar el enorme esfuerzo que debió realizar un joven criado en un ambiente
humilde en el que los libros de cualquier tipo brillaban por su ausencia. Así
era entonces nuestra España, en la que había que buscarse el sustento día a día
y en la que no había tiempo para la cultura y mucho menos para la cultura y la
poesía.
El
descubrimiento de la Literatura despertó la conciencia del poeta llamado Juan
R. Mena. Pronto se dio cuenta de que si quería mejorar y evolucionar en su
producción literaria solo podía hacerlo a través de las herramientas que le
proporcionaría el estudio. Primero estudió Bachillerato y después se licenció
en Filología Hispánica. Mientras lo hace va ganando algunos premios literarios
y publicando sus primeros libros.
Hay
que catalogar la obra poética de Juan R. Mena de ingente, variada y profunda.
El motivo de esta grandeza es que no se conformó nunca con transitar los
caminos trillados ya por otros. Primero dominó las formas clásicas, como el
soneto, el romance o la décima que estaban tan en boga en la España de la
posguerra. Quiso más, para ello se alejó de ese clasicismo amanerado y lastrado
por la costumbre con la intención de llegar a una nueva poesía. Originalidad en
los temas, un lenguaje poético novedoso y la búsqueda de nuevas formas fueron
sus metas. Fue así como también se sumergió en la poesía arábigo-andaluza,
quería esa sensualidad y armonía que la caracterizan.
Mientras
tanto fueron apareciendo algunos de sus más importantes libros, como Sísifo,
Prohibido paraíso o Un resplandor enciende hoy mi memoria, por citar algunos de
ellos. A destacar La Araucaria, antología poética publicada por el Ayuntamiento
de San Fernando y precedida de un profundo estudio de Enrique Montiel.
El
libro que estoy presentando, DEL PERSEGUIDO AMOR, DEL IMPOSIBLE MAR… (Antología poética de mar y amor) es una
recopilación de poemas publicados por el autor entre 1980 y 2013. En él hay
poemas de obras como Desnuda claridad y Fiebre de verano.
Con
esta selección, ha buscado el autor enfrentar dos realidades insondables y
convulsas al mismo tiempo: amor y mar (o viceversa), dos conceptos que
simbolizan lo infinito e inabarcable, la pasión y la agonía, y también
representan una alegoría de la elevación espiritual y esa dulce aspiración, tan
humana, de tranquila felicidad mientras soñamos despiertos.
Mar
y amor constituyen de este modo dos substancias que se funden en una para
conformar un manifiesto de lo que debe ser la poesía, la pasión y la vida. Se
convierten así en retratos de lo que es nuestro cambiante planeta y de los
sentimientos que alberga nuestro corazón.
Para
crear esa etérea y vívida atmósfera, utiliza Juan R. Mena dos recursos. El
primero es la apasionada búsqueda de un lenguaje literario de altura: hablo de
la metáfora innovadora y de la imagen provocadora y luminosa. Lo consigue con
unos textos sublimes, que consiguen enfrentar intelecto y sentimientos,
paráfrasis de lo que es la existencia humana.
El
otro recurso es la métrica, de la que el autor es estudioso y maestro. Nada hay en el poemario
que suene a improvisación. Huye deliberadamente de esa dictadura del verso
libre –rara vez lo utiliza- que tanto está empobreciendo la poesía actual. Son
muchos los tipos de versos que utiliza, desde el endecasílabo y el alejandrino
hasta un verso de veintidós sílabas, y algunas más –no es verso libre, no,
juega con heptasílabos hasta conseguir ritmo y musicalidad-, con ello busca la
construcción de inmensas realidades poéticas, como esos mares y amores que
trata de delimitar y definir. El lector queda así impresionado, suspendido
entre el propio escenario en el que vive y esa otra imagen lírica que emerge
ante su intelecto para zarandearlo y abrirle los ojos. Cuando lo hace se
encuentra ante una visión distinta del mundo y de las cambiantes formas que lo
delimitan, como lo volátil del amor y del perfil de las olas.
De
dos maneras nos presenta Juan el mar. Una es cuando lo denomina “el mar”, en
masculino. Sus olas y bramidos resuenan en los oídos del lector para romper su
tranquilidad, nos presenta entonces a un inmenso océano, que se erige en una
latente amenaza, como todo lo que nos supera y nos es desconocido. Nos habla
entonces de lo insondable e inabarcable. Distinto es cuando escribe de “la
mar”, se refiere ahora a ese otro mar en el que se bañaba cuando era un niño, a
esa playa en la que soñaba ser escritor mientras paseaba. Es este un mar
femenino, dulce y sereno, casi maternal, alegoría de puerto y camino por el que
transitar arrobado por el vuelo de las gaviotas y la belleza de un atardecer.
Igual
pasa con el amor, cálido y sosegado unas veces, pero bucólico y dulce cuando
mece a los enamorados con la música de lo infinito y la felicidad. El autor
desnuda los sentimientos humanos para mostrarnos todo un catálogo de lo que es
el enamoramiento y la pasión erótica, que es su culmen.
Significativa
es también la forma con la que enaltece el mar y el amor, mientras que el amor
está descrito utilizando esencialmente el soneto, con su estructura tan
definida y su rima tan musical, para representar el mar utiliza el verso largo,
que envuelve todo con sus palabras como si fuesen la espuma de las olas al
romper contra un acantilado.
En
el fondo, lo que subyace en toda la obra es un diálogo entre el mar, el amado y
la amada, capaces entre los tres de crear un atmósfera lírica que estremece y
enerva los sentidos al mismo tiempo.
Leer
a Juan R. Mena siempre es un deleite, en este caso también es un aprendizaje de
lo que es la forma poética y de cómo jugar con las palabras para crear
emociones capaces de sorprendernos y estremecernos.
Ramón Luque Sánchez
No hay comentarios:
Publicar un comentario