Todo
ser vivo desarrolla una batalla continua por sobrevivir, por permanecer en la
existencia con su propia naturaleza y no ser metabolizado para formar parte de
otra. El Estado, con mayúscula, entendido como forma de estar una población en
un territorio según una misma ley, también debe sobrevivir a una continua
“situación actual” que es mutable en sí misma y por naturaleza. Todo fluye,
nada permanece, y las causas y factores internos y externos que amenazan a
cualquier Estado se parecen mucho a las que afectan a cualquier ser vivo,
porque él también es un ser que, si deja de moverse y vivir, languidece y
muere. Si nos fijamos en los animales, vemos que tienen un cerebro, una boca y
unas patas para relacionarse con el medio ambiente exterior. Es decir para defenderse,
atacar, alimentarse y permanecer en él como actor vivo en su nicho ecológico. Y
tienen un sistema inmunitario que lo protege de virus, bacterias, hongos,
amebas y demás microbios que pudieran hacerle enfermar, pero sin eliminar ni
lastimar aquellos otros microbios que le son favorables o necesarios para
seguir realizando sus propias funciones vitales. Cuando algún microbio patógeno
penetra en ese animal, este otro organismo, también vivo, debe ser destruido
para que el animal no enferme. Si el microbio no es eliminado, y puede llegar a
reproducirse lo suficiente, el animal enfermo morirá y su cuerpo se pudrirá, se
descompondrá y pasará a formar parte de la tierra o de otros seres vivos, pero
ya nunca más será el animal vivo que fue. Lo mismo pasará al Estado que no
logre atajar la delincuencia, el terrorismo, los ciberataques, las campañas de
desinformación, los populismos, la corrupción, los separatismos y demás
elementos y actividades patógenas y perjudiciales para la existencia y
pervivencia de ese Estado. Sí la debilidad lo hacen colapsar, de nada servirán
entonces los ejércitos que, como la piel y las garras, defienden sus fronteras.
Miguel
Ángel Pérez y Pérez.
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