Confieso que la palabra no es mía. Creo
que la leí hace ya más de dos años en el periódico francés L'Express en
un reportaje sobre la nueva sociedad francesa titulado “El triunfo de la
mediocracia”. Se refería, como podrán suponer, a esa amplia masa de adictos
televidentes que, pasivamente, alimentan su débil imaginación y llenan su vacío
pensamiento con los productos más insustanciales que les proporciona la ya no
tan pequeña pantalla.
Pero hemos de tener claro que esta
“mediocracia” no está integrada sólo por ciudadanos de una determinada edad, de
escaso nivel cultural o pertenecientes a un sector social o económico, sino que
su malla se extiende por todos los ámbitos de la vida de nuestras ciudades y
por todos los barrios de nuestros pueblos. Se caracteriza por padecer una
pereza intelectual y por carecer del sentido crítico. Es esa comunidad que se
reúne pasiva y plácidamente ante el televisor para, por ejemplo, “consentir”
-reírse o llorar- con las efímeras sensaciones y con los cambiantes
sentimientos de los “actores” de Acacias 38, del Gran Hermano o de aquella Isla de los
famosos.
¿Para qué complicarnos la vida -dicen
algunos- escuchando los problemas internacionales de la guerra, los azotes del
hambre, los golpes del terrorismo, las agresiones a la ecología, o
informándonos sobre literatura, sobre arte, sobre historia o sobre los
trastornos étnicos? La mediocracia, producto de la mediocridad cultural, se
contenta con ese caldo tibio, ni caliente ni frío, y se complace con el
movimiento suave de las olas de la banalidad.
Si muchos televidentes tienen bastante
con la desbordante oferta futbolística, otros se conforman con las repetidas
historias de amor o de desamor, y con el frívolo cotilleo de las infidelidades
conyugales. Su defecto no es la trivialidad sino, por el contrario, la
trivialidad es su máxima golosina. En las tramas y subtramas de los personajes nada
ocurre que no sea superficial y gracias a ello la satisfacción resbala y se
reparte por los hogares. El pase de un argumento a otro opera, ante el
espectador, como los hipnóticos pases de moda, donde el tránsito sin
consecuencias se prolonga sin concluir jamás. Pasan las cosas una tras otra sin
que pase nada profundo ni interesante.
José Antonio Hernández Guerrero
1 comentario:
Es cierto que la “mediocracia” acapara todos los niveles sociales, culturales y económicos. También dicen que la televisión ofrece una programación según la oferta y la demanda. Y eso es lo peligroso y lo indignante, pero tampoco es totalmente cierto, más bien creo que la gente ve lo que muestran las pantallas. Son muchísimos canales de televisión los que existen en estos momentos y estoy segura de no equivocarme si digo que quizás no lleguen al 1 o 2% los programas dedicados a la cultura en general.
La “mediocracia” ha llegado y se ha instalado como una pandemia, y va a ser muy difícil erradicarla.
Yo, mientras, prefiero gastar las hojas de mis libros.
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