“Eloísa
está debajo de un almendro”. Era el libro que sostenía entre sus manos. No era
la primera vez que lo leía, como al chico o chica que le gustan las canciones o
poemas que incluyen su nombre, ella estaba encantada de que un autor tan
importante como Jardiel Poncela, hubiera escrito una novela en la que rezaba su
propio nombre en el título.
Una
noche, entre sueños y entre las sombras que provocaban a medias entre la
oscuridad de la habitación y las farolas de la calle, distinguió una figura que
no reconocía. Al principio creyó que era su padre, incluso se dirigió a él con
preocupación: ¿pasa algo papá?, ¿Qué haces en mi habitación y a oscuras? Pero
al no recibir respuesta, la preocupación se tornó en miedo. Alguien había
conseguido colarse en la casa y ahora estaba allí, en su alcoba. A tientas
encendió la luz y cogió las gafas de la mesa de noche, no había nadie, se quitó
las gafas y volvió a apagar la luz.
Volvió
a mirar y allí estaba de nuevo, la sombra se le acercó y como una niña asustada
se recogió en modo fetal junto a la cabecera de la cama. Se le acercó más y el
miedo pasó a ser asombro, entonces, su mente se negaba a reconocer lo que veían
sus ojos, y con valentía renovada encendió otra vez la luz.
Ahora
sí, su autor preferido estaba allí, con un ejemplar de su libro.
Eloísa
se despertó del sueño, pero no veía nada, no podía moverse, palpó a su
alrededor y comprendió que se encontraba encerrada entre seis paneles de
madera. Gritó y gritó, arañó y arañó para poder escapar y no pudo.
Esa
mañana, su hermana, bajó al jardín creyéndola desayunando, ya que no estaba en
su dormitorio, y algo que nunca antes había estado allí llamó su atención, una
losa de piedra bajo el almendro frondoso y centenario, y donde un epitafio en
letras doradas rezaba: “Eloísa está debajo de un almendro 1997-2017”.
Carmen Franco
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