Siempre
he pensado que los objetos que nos acompañan en nuestra vida tienen su propia
personalidad y a la vez se impregnan también de nuestras emociones, de ahí esa
magia que parece desprenderse de ellos y esa necesidad que tenemos de
atesorarlos. El gato parece entenderlo bien. Basta que estemos concentrados en
alguna tarea para que el nos observe con
insistencia y en el mismo momento en el que dejamos reposar el libro, las
partituras, el cuaderno o aquello con lo que estuviéramos ensimismados, nuestro
amigo gatuno no encontrará un lugar mejor donde posarse.
Por
eso me conmovió tanto este fragmento de la novela Bomarzo de Manuel Mujica
cuando el duque de Orsini recuerda una antigua armadura:
"Las
cosas, de las cuales se afirma que carecen de alma, son dueñas de secretos
profundos que se imprimen en ellas y les crean un modo de almas, especialísimo.
Desbordan de secretos, de mensajes, y, como no pueden comunicarlos sino a los
seres escogidos, se vuelven, con el andar de los años, extrañas, irreales, casi
pensativas. Hablamos de pátina, de pulimento, del matiz de las centurias, al
referirnos a ellas, y no se nos ocurre hablar de alma"
Lourdes Torrejón Iglesias
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