Foto: Juan Moya
Os
ruego –queridos amigos- que no penséis que, con esta frase, pretendo afirmar
que él y nosotros somos sectarios, que formamos un grupo cerrado, que nos
apartamos de los demás a los que consideramos extraños.
Todo
lo contrario: pretendo explicar que Juan José Téllez es un exquisito poeta, un
escritor de raza y un periodista libre que concibe y practica la escritura como
una herramienta extraordinariamente potente para vivir intensa y
conscientemente la vida propia ayudando a los lectores a vivirla de una manera
los más plena posible.
Juan
José Téllez no es dogmático y, por lo tanto, no es ortodoxo: él mismo lo
confiesa:
“Os he hablado siempre desde el borde de
la duda”
Él
sabe que la vida humana, la individual y la colectiva, es un horizonte abierto,
un proyecto nunca terminado, un propósito nunca cumplido, un borrador que hemos
de corregir de manera permanente.
Si
afirmo que Juan José Téllez es un hombre comprometido con sus tiempos y con sus
espacios, quiero decir que siente el permanente deber de cambiarlos para
hacerlos más humanos, más justos, más apacibles, más habitables y más
confortables.
Juan
José Téllez siempre ha evitado esa tentación en la que, reiteradamente, han
sucumbido muchos escritores contemporáneos: replegarse en su esencia ontológica
y encerrarse en su torre de marfil, de sacarla de ese lugar esencialista,
metafísico, esquemático, reduccionista, fragmentario, fugaz y volátil y, al
mismo tiempo, totalitario y dogmático.
Todas
sus obras están impregnadas de esa realidad compleja, cambiante y polivalente
que es la vida humana; en cada uno de sus textos trata de averiguar el sentido
de la vida y el significado de la existencia humana.
Cada
uno de sus libros encierra, paradójicamente, una defensa y un ataque, una
afirmación y una rebelión contra otras teorías parciales. Por eso, detrás de
todas las preguntas que nosotros hacemos a su manera de concebir la Literatura hemos de escuchar el clamor de
la exasperación que nos cuestiona el sentido último de otros modelos que
conciben la escritura como un circo, como una farsa o como un juego de
procedimientos: ¿es la literatura –nos preguntamos nosotros- una broma o, por
el contrario, un desafío?
Juan
José Téllez experimenta, disfruta, siente y vive la literatura. De la misma
manera que hace el filósofo o el asceta, él camina hacia la búsqueda del
sentido de la vida y pretende ser el protagonista de su destino y de sus
caminos por eso, a veces, su vida es más inspirada y más elocuentes que sus
textos.
La
vida -y cada una de sus tareas- (sólo) tiene sentido para un ser que toma su
existencia en sus propias manos, que hace de ella, de algún modo, una obra
literaria o, en general, una creación artística, en vez de abandonarse a sus
ocupaciones vanas o fútiles.
La
vida queda transformada por la acción de las palabras y las palabras se
transforman por la vida.
La
literatura expresa y apresa la vida; revela sus entrañas en un doble y
complementario movimiento: el de distanciamiento de sí y el de la búsqueda de
un soporte que la sostenga y la aclare.
Su
supuesto es, como el de toda salida -como le ocurre al filósofo o al asceta-,
un profundo descontento y una aspiración esperanzada: el descontento de lo que
todavía somos y la aspiración de lo que pretendemos ser. Sin un profundo
descontento, no saldríamos de nosotros mismos. La aventura de escribir –la
aventura de vivir- es, efectivamente, una de las claves que explican nuestras
inquietudes, nuestros esfuerzos y nuestros sufrimientos.
La
aspiración esperanzada nace del descubrimiento de la posibilidad de que alguien
escuche nuestra voz y lea nuestros textos. Todas sus palabras, todos sus gestos
son expresivos y comunicativos: cualquier grito trata de encontrar un
interlocutor atento.
Por
todas estas razones, los amigos del Club de Letras le decimos: Juan José, tú
eres uno de los nuestros.
José Antonio Hernández Guerrero
Algeciras, 12 de mayo de 2017
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