Foto Juan Moya
Sobre el alféizar de la ventana
polvorienta quedaron las agujas clavadas en un ovillo de hilo que una vez
fue blanco, un trozo de labor inacabada
pende de ellas. Al lado, un viejo marco apolillado muestra la fotografía
borrosa de dos personas, un hombre y una mujer. Ella posa con mirada coqueta
mientras él la mira embelesado cogido de su mano. Visten de forma elegante
y su imagen transmite serenidad. Fuera sopla un viento frío y racheado que hace
golpear las ramas del limonero contra los cristales. Los visillos
amarilleados por el tiempo cuelgan desplomados sobre una vieja caja de metal y
un libro de tapas desgastadas esconde su título bajo una sutil capa grisácea.
Un sonido agudo entra por las
rendijas del marco de madera que las lluvias y el sol han resquebrajado, un
chiflido lastimoso como un lamento
triste. El mayido de un gato inexistente resuena en el patio invadido
por la maleza, donde las ramas se entrecruzan en un maremágnum caótico. Hace ya muchos años que la casa fue
abandonada, y en ella quedaron retazos de recuerdos de sus moradores cuyas
almas vagan errantes, olvidada ya la
vida que vivieron tras beber las aguas del Leteo.
Leonor Montañés Beltrán
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