Hay un silencio que no es el de los cementerios,
tampoco el de la quietud de un atardecer, no es un silencio contemplativo, con
centro en las personas atento a la naturaleza o a los avatares de la vida, tampoco
se trata del silencio incómodo sobrevenido a raíz de una situación inesperada,
ni siquiera, es el que brota del vacío en la cabeza, es, por decirlo así, un
silencio activo con vocación de oculta permanencia, ese que resulta difícil de
ocultar, pues difícilmente se disimula el silencio por muy sibilino que nazca en
la intención de tal cosa: esa la naturaleza de todo silencio. No, éste silencio
no se puede confundir con el que nace de la timidez, pues, en él, hay cálculo,
táctica e, incluso estrategia, o cuando menos cobardía, es sencillamente el
silencio doloso que, aunque muy cercano, no debe confundirse con el de los
recelosos o cohibidos: es en definitiva el silencio de las injusticias, de las
inmoralidades, de las fechorías, de las cacicadas, que atenta contra la
naturaleza, la libertad y la paz, por demás, es un silencio hosco para el alma
del que lo esgrime y, por tanto, un silencio difícil de ignorar por aquel.
El que utiliza este tipo de silencios, aunque no lo
parezca, emprende la senda de una huida y, en ella, normalmente pretende deshacerse
de su íntimo lastre culposo, para lo cual, empleará todo tipo de narcóticos, evasiones
y sucedáneos: la indolencia, la ignorancia, la ingenuidad, duda, el olvido o, la
razón de estado, todo en el intento de adormecer la conciencia, la consciencia.
Si lo consigue, lo será solo en apariencia o enajenando la mente inmersa en esa
huida hacia adelante. No está este silencio demasiado alejado de las fuentes
del miedo o de la maldad.
Manuel Bellido Milla.
1 comentario:
Me encanta
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