Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
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viernes, 8 de mayo de 2020

A ver cómo le va a mi hijo




Vuelvo a mirar de nuevo la pulcritud de la mesa de cristal; los trazos del peñón pintado sobre la tela de seda colgado en la pared; el orden por colores y tamaños de las toallas; las entrañables fotografías que se suceden en el marco digital. Aplico mi observación con exactitud en cada detalle del moderno apartamento donde vive mi hijo a medida que voy impregnándolo de buenos deseos. Me encuentro con menudencias y objetos asombrosos de los nuevos tiempos que al intentar cogerlas las atravieso por no ser yo de este mundo.

Nunca he dormido en sábanas de lino que tanto aprecian las chicas que se acuestan con él. Lavadas y un poco almidonadas cada viernes por Flora, que habla igual que limpia, de forma melodiosa, con acento propio de los países del Este. Tampoco existía antes de mi muerte, el robot de cocina que una vez programado se activa como una olla al fuego y, sin cocinero. ¡Qué ingenio! Como el equipo de trabajo de mi hijo que no para de inventar materiales químicos para mejorar el revestimiento de los edificios.

Hoy mi hijo ha dejado las persianas bajadas y con esta penumbra he podido salir de ese diario que guarda en el cajón de la mesa. En él escribió con nostalgia: “si pudieras estar aquí, y me vieras, madre, estarías orgullosa de mí”. Como era su deseo me he obligado a quedarme unos días de raciocinio en su casa; deambular como si volviera a caminar con las dos piernas; darle compañía cuando lee antes de dormir, y mirarlo, mirarlo con amor, pareciendo poder apartarle el pelo de la frente, o queriendo que sienta el beso que le doy cuando regresa del trabajo o cuando se va a acostar. Su textura y el calor de su cuerpo en el que penetro cuando lo abrazo es como un recuerdo hecho realidad de color nacarado y olor a tomillo, pero inexistente si salgo de esa intencionalidad imaginaria.

Sin embargo, me resulta novedoso este sentir que no siento sino que presiento, mientras los golpecitos de lluvia en el cristal actúan como teclas de un piano, que solivianta al vecino, que se ha puesto a correr con su silla de ruedas como poniéndola a prueba. Antes asomé la cabeza traspasando la pared y lo vi manejándose con destreza y armonía de la cama a la silla. Y luego cómo se preparaba el desayuno. La lluvia ha debido de inquietarlo. Voy a ver. Tiene como un circuito establecido.  Muy despejado el suelo y organizada la estancia. A su altura todo: los interruptores, encimeras, microondas, colgadores. Está usando sus fuertes brazos para rodar por un ocho espacial. Va y vuelve como en una carrera. Alucino. Suda. Me gusta este tipo independiente y autónomo que hace deporte en su casa. Muy bien. Volveré a verte luego, antes de marcharme, cuando entre de nuevo en el diario de mi hijo, concretada en la palabra deseo.




                Josefina Núñez

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