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obtenida de: https://pastorcortes.net
“Insensatez se llama a hacer lo de siempre
y esperar resultados diferentes”
Es la famosa frase avisándonos sobre nuestros actos, nuestras
omisiones y las consecuencias que tienen.
Es posible que resulte cómodo aplicar una y otra vez
las recetas que conocemos, que un día aprendimos y que hemos hecho nuestras. Tradicionales.
Pasa incluso en la cocina. Lo insensato es esperar que, con los mismos
ingredientes, las lentejas salgan diferentes. Esto debería obligarnos a pensar
sobre nuestra trayectoria. No solo la del inmediato pasado. Pensar en la
relación que tienen los resultados y las actuaciones; la actitud y la mentalidad,
quizá en orden de precedencia inverso, es decir, cómo la mentalidad determina a
las actitudes, y cómo estas influyen en las actuaciones con las que, finalmente
obtenemos los resultados.
Parece sensato pensar que, los resultados cualesquiera
que sean, tengan relación con la mentalidad de la que brotaron. Así como el
curso de un rio determina su desembocadura, cualquier resultado es heredero de
una mentalidad. Os propongo acercarnos al fenómeno desde distintas perspectivas.
Desde la coherencia
Qué decir del que abraza una fe y olvida cumplir sus
mandamientos. Se pueden decir muchas cosas, claro, pero una de ellas, no. No se
puede decir que sea discípulo de ese credo, por muchas manifestaciones
estéticas a las que acuda, por muchos anagramas que luzca, por muchos rituales
a los que asista. Simplemente porque su enfoque básico reside en la comodidad. Por
eso se reafirma en los acontecimientos estéticos y no en el cumplimiento de sus
mandamientos. Esta forma de hacer queda lejos del amor y la compasión, ambos exigentes
e incómodos, y se acerca a la indolencia y la impiedad, menos complicadas de practicar.
Lo más probable es que esta actitud termine en manos de la rigidez y la
intolerancia y, en última instancia, de la violencia.
Pedir respeto por nuestro credo es practicar el respeto
con los demás; buscar la armonía es trabajar por la paz; vivir en comunidad es arrimar
el hombro; desear la hermandad es ser justos en lo íntimo y en lo cotidiano. Sin
fanfarrias, sin ostentaciones, sin estridencias, sin reparos.
Algo similar podríamos decir sobre el que se diga patriota,
y sea incapaz de ser algo generoso con sus compatriotas, de no entender que cada
uno tiene sus propios ojos y por tanto visiones diferentes de la misma cosa,
incluso tradiciones distintas sin que por ello deje de ser nuestro hermano. El
que se diga patriota y sea incapaz de entender algo de esto, no podrá decir que
pertenece a una patria. Habitará en un cortijo, en un feudo, en una tribu; pero
entonces su mentalidad lo empujará al perpetuo enfrentamiento entre hermanos, y
me parece que de guerras civiles sabemos mucho en España. Aprender de ellas nos
obliga a entender las ideas y credos como plataformas para transitar en el río
de la vida; nunca como barrotes que impidan abrazar al otro.
Desde los retos
Una vida plana es una quimera. Una vida perfectamente
predecible: una ensoñación. No es realista pretender que todo quede bajo
nuestro control. A nuestro gusto para nuestra tranquilidad. No es natural. Tampoco
lo es basarse en la máxima de que el cambio es peligroso porque implica
incertidumbre. Una mentalidad así está basada en el miedo, que no es otra cosa
que el padre de la indolencia, la crueldad y la violencia. En algún momento de
la prehistoria el miedo nos ayudó a defendernos de las fieras, pero la
mentalidad de aquellos humanos primitivos no puede querer hacerse un sitio en
nuestro tiempo.
Los seres humanos somos mucho más felices si derrotamos
al miedo, porque, aunque el miedo sea un instinto básico, está superado como
mecanismo de supervivencia. Hoy el ser humano dispone de herramientas más
eficientes y seguras para vivir: la razón, la educación, el civismo, la
ciencia, la cultura, la tecnología… Todas ellas son conquistas de la historia humana,
y todas ellas son hijas de mentalidades positivas, actitudes que supieron
enfrentarse con inteligencia a los retos y a las situaciones inciertas.
Desde la honestidad
Qué podría decirse de una mentalidad que, creyendo en
la propiedad privada fuese condescendiente con el que roba, que castigara al
pequeño ladrón y llenara de laureles al que saquea como mil ladrones. Como diez
mil ladrones. Podrían decirse muchas cosas, menos que es honesta. ¿Es moral y
éticamente aceptable una mentalidad deshonesta? No. Opino que una mentalidad
así es mejorable, y en última instancia reprobable. Las mentalidades que
definen a un pueblo sano deben sostenerse sobre reglas destinadas al bien común,
y el individuo deshonesto debe ser aislado, pues basa su bien particular en el
perjuicio a los demás.
Debemos exigir honestidad y ensalzar al honesto, y con
la misma fuerza señalar al corrupto mostrándole nuestro desprecio. No se trata
de una cuestión filosófica, en este caso es pura supervivencia, pues, si ninguna
civilización corrupta ha sobrevivido a la historia, una nación mucho menos.
Desde la esperanza
Las crisis sobrevenidas son tan antiguas como la
historia de las civilizaciones. Pueden ser muchas y de distinta naturaleza:
económicas, de valores, de confianza, de identidad, de salud pública…; pueden ser
más o menos intensas o difíciles de superar, pero todas tienen un factor común:
son pasajeras si de ellas se aprende. Sin embargo, hay una crisis de naturaleza
endémica que tiene por sí sola la capacidad de destruir a pueblos enteros e
incluso a civilizaciones. Se trata de la crisis de mentalidad. Porque ésta es
transmisible de padres a hijos y se autoalimenta en la calle. Aunque no es
invencible. La victoria sobre ella también es posible. Estoy hablando de la batalla
de la evolución. Solo hay que ser un poco más coherentes con lo que decimos ser,
no tener miedo a los retos, procurar la honestidad y arrimar el hombro como
sabemos hacerlo las personas de a pie. No es tan sencillo como un paseo por el
campo, pero está al alcance de nuestra mano y solo necesitamos empezar a
practicar.
Manuel Bellido Milla.
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