María
entró como todas las mañana con su sonrisa habitual a saludar a
Silvia, pero era una mañana especial, sabía que ya no habría otro
día para abrazarla, para infundirle ánimos y disipar sus dudas. Por
eso se tomó un poco más de tiempo para entrar, se aseguró en el
espejo que tenía una buena cara y practicó por tres veces la
respiración profunda que a estas alturas realizaba con gran
habilidad... Al abrir la puerta sintió que una oleada de calor le
invadía el cuerpo, quería atrapar en su memoria el momento
presente, atrás quedaban treinta años de enfermera de oncología,
donde había habido muchísimos momentos de despedidas, de pérdidas
de personas que al principio eran pacientes y acababan siendo amigas,
ahora era ella la que se despedía, la que decía adiós a la vida,
la que dejaba, la que se iba... No iba a ser fácil, ella lo sabía y
le había tocado a Silvia ser la última paciente que cuidaría, era
ella la elegida....
Cuando
Silvia vio entrar a María, notó algo raro en su mirada, en su forma
de andar, un poco más lenta, más reposada, más serena. Observó
como las mejillas de María se ruborizaban al mirarla. Siempre ha
habido algo especial entre ellas, pero ahora tuvo una sensación
extraña, no sabría cómo explicarlo.....
Hola
Silvia ¿Cómo te encuentras hoy? , -saludó María en el umbral de la
puerta- Genial
María, he dormido toda la noche del tirón, he soñado con mi marido
y mi hijo, estábamos celebrando la Navidad y teníamos veinte años
más... Se nos veía muy felices, mi hijo con su mujer y los nietos!
!Imagínate estaba con mis nietos abriendo los regalos de Navidad!!
Además
hoy tengo una sorpresa para tí María, he conseguido que el médico
me dé el alta y te estaba esperando para decírtelo, me voy María,
al fin vuelvo con los míos!. Quería que tú fueses la primera en
saberlo
Una
leve sonrisa asomó a los labios de Silvia, pero no era su sonrisa
habitual, era una sonrisa triste. ¿Qué te pasa? ¿no te alegras de
que me vaya?
Claro
que sí, es que estoy muy muy emocionada, eso es todo, ven anda deja
que te abrace. María abrazó con fuerza a Silvia, respiró
profundamente al mismo tiempo que le susurraba al oído : cuídate,
has de vivir por todos aquellos que no lo consiguieron, ¿me oyes?
Venga
mujer no te pongas tan dramática con las despedidas que cuando venga
a las revisiones te buscaré y nos tomaremos un cafelillos juntas,
del bueno, del que me traías a escondidas por las mañanas cuando
nadie nos veía, recordaremos viejos tiempos.
Sí
me encantaría, ojalá fuese así; la vida es tan misteriosa que
nunca se sabe… Pero recuerda, María que las dos hemos traspasado
el umbral del miedo, ya no hay vuelta atrás, ¡somos de otra casta!
Solo te pido que transmitas este mensaje tal y como yo lo hice
contigo, así te podré dejar marchar tranquila.
Claro,
eso dalo por hecho. Me has devuelto a la vida y no podré agradecerte
la ayuda que me has dado. María sonríe, esta vez es una sonrisa
amplia y le dice : Ya lo has hecho, Silvia, sé que seguirás con la
cadena que comencé hace tiempo, no la rompas por favor, es muy
importante que sigas transmitiendo el mensaje, una vez superado el
miedo ya no hay muerte solo queda serenidad y paz.
En
ese momento sus miradas se cruzaron, Silvia comprendió que ya no la
volvería a ver más, en su interior supo que algo más fuerte las
unía, las lágrimas afloraron a sus ojos, eran lágrimas de
gratitud, de amor, de felicidad, de comprensión y sobre todo de
complicidad.
A las
dos semanas Silvia asistió al funeral de María, fue un acto cargado
de emoción, lleno de flores tantas como pacientes había cuidado a
lo largo de toda su hermosa y valiosa vida....
Mercedes Díaz Rodríguez
1 comentario:
Muy bonito el texto Mercedes, me ha gustado.
Saludos. Mª del Carmen Rodríguez López
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