El cuaderno del loco
A veces pienso que la humedad y el
viento de esta ciudad son quienes marcan el ritmo de mis días. La primera, por
ejemplo, me empuja a salir de mi antro, a abandonar por unas horas mis cuatro
paredes manchadas, donde el verdín crea rostros en paredes y techos, con ojos que
me observan y juzgan.
Esta mañana salí a calentar mis
huesos, como cada día de este invierno interminable, aprovechando los escasos
rayos de sol que se escurren entre nube y nube. Aceleré el paso al costado de
la catedral, el frío de sus piedras me empujaba hasta la plaza. El sol temprano empezaba a iluminar el
porticado de las tiendas. A esas horas, el banco de madera junto al colmado de
Benito es el más solicitado. Los de granito, más al centro de la plaza, son los
primeros en recibir el sol, pero guardan el frío de la noche para regalárselo a
los culos de viejos.
Al acercarme al banco vi de refilón
al loco del cuaderno. No me quise fijar mucho en él, siempre está acechando a
la caza de un oído comprensivo para soltar su parrafada. Le había visto en un
reflejo del escaparate de Benito, de pasada, en una imagen confusa con un
chaquetón de becerra con cuello de piel de conejo y una especie de falda amplia
de miriñaque con dibujos de elefantes rojos. Al fijarme bien observé que dentro
del escaparate había una pirámide de rollos de papel higiénico, y que fue su
reflejo el que le había vestido de gracia e interés por unos segundos. Luego
pasó despacio por delante de la luna con su paso de percherón dejando atrás la supuesta
falda. Levantaba el pie derecho como si se le descolgara, apoyándolo
sonoramente sobre las losas irregulares. El chaquetón se veía muy nuevo,
imagino que de la beneficencia, aunque me extrañó que siendo tan bueno llegara
a cubrir y calentar los hombros de un pobre. Recordé mis momentos gloriosos,
cuando era yo quien llevaba esos regalos a la iglesia para la gente que los
necesitara. Cierto día llevé una gabardina gris marengo que fue la comidilla de
las beatas.
- Pero muchacho, si está nueva, tal parece
que no la hubiera usado usted…
- Ay bendito, si es preciosa, y se ve que
de mucha calidad…
- Y le habrá costado un dineral…
Nunca pensé que pudiera resultar tan
agradable sobrevolar la plebe a base de falsa generosidad. Hoy me asquea aquella
actitud mía de potentado, casi tanto como las falsas miraditas de aquellas
beatas. Al menos aquella gabardina abrigó durante años el cuerpo de un ser
humano, el de Don Anselmo el cura.
El loco siguió caminando por fuera
del porticado, garabateando en su eterno cuaderno de pastas de papel secante.
Le había visto muchas veces, pero esta mañana me llamó la atención más que de
costumbre. En esta ocasión parecía escribir con trazos más ordenados y
siguiendo líneas en orden. A veces se detenía, ponía el lápiz sobre los labios,
miraba al cielo buscando no sé qué respuesta o inspiración y se enfrascaba de
nuevo en su cuaderno. Caminó un buen rato de aquí para allá, volvía, escribía,
miraba al cielo, escribía… y me intrigaba. A veces le recuerdo de niño en la clase. Era bueno, escribía muy
bien. Uno de sus cuentos llegó a ser premio de relatos en el concurso
provincial del Círculo Católico. Loco, quién te ha visto y quién te ve.
¿Estaría escribiendo algo interesante de nuevo? La idea me atrajo. Si así
fuera, habría dado un brazo por leer lo que escribía. Le seguí observando
durante un buen rato. Su escritura a veces se tornaba convulsiva. Escribía y
escribía, pasaba aquellas pequeñas páginas una tras otra en lo que parecía un
ataque de inspiración. Qué envidia. Durante años he intentado imitar a aquel
niño que ganaba concursos y con ello el calor y el cariño de los suyos. El niño
loco fue mi referente, pero mis intentos fueron vanos, después del colegio
nunca conseguí ni un párrafo con cierta coherencia. Y ahora, al cabo de los
años, veía yo a este loco, este desahuciado de la vida, escribiendo en un
cuaderno lo que ya rondaba en mi cabeza como algo muy interesante, una pequeña
historia tal vez, pero con la que
presumir entre amigos, o en el banco de granito ante los viejos mientras se les
enfriara el culo, o ante los sempiternos tertulianos en la tasca de Arturo a
cambio de unos vinos que calentaran las horas. Por una vez te envidio, loco, y
daría una pierna por saber qué escribes, por leerte, por haber escrito yo mismo
esas líneas.
El sol empezaba a hacer su trabajo y
temí que el loco huyera por las calles con su cuaderno. Empecé a tantear la
posibilidad de robárselo, no sería difícil. Sus manos grandes y flojas caían
siempre en los bolsillos del chaquetón como hormas de agrandar y cada vez que
las sacaba dejaban ver dos tumbas abiertas, dos huecos amplios con filo de piel
de conejo en vez de bolsillos. En el de la derecha bailaba su cuaderno. No me
costó acercarme a su lado planeando el ataque…
- Loco… ¿has visto al Raimundo?
Me miró con medias pupilas y párpados
vagos, señaló con la mano derecha al otro lado de la plaza y me habló con un
hilillo de baba en la comisura.
- Pa
la tasca de Arturo iba…
- Gracias loco… bonito chaquetón.
Lo último que le vi fue su sonrisa de
despedida a media mejilla. Su cuaderno había pasado de su bolsillo derecho al
mío izquierdo en un gesto tan pérfido como veloz. Aligeré el paso y me dirigí a
mi casa, mi cuartito más bien, mi tugurio húmedo y frío en el que al menos me
sentía tan seguro.
Ahora respiro hondo. Es hora de
aclarar mis dudas, de descubrir si ha valido la pena este robo miserable a un
loco desahuciado. Mis manos tiemblan, cada una a un lado del cuaderno,
acariciando sus dos pastas de papel secante, satinadas ya por las yemas del
loco. Lo abro despacio y leo por fin…
A veces pienso que la humedad y el
viento de esta ciudad son quienes marcan el ritmo de mis días. La primera, por
ejemplo, me empuja a salir de mi antro, a abandonar por unas horas mis cuatro
paredes manchadas, donde el verdín crea rostros en paredes y techos, con ojos
que me observan y juzgan…
Antonio Díaz González
1 comentario:
¡Antonio, "miarma" me has dejado "kao"!
¡Con cuántos espejos nos topamos sin vernos en ellos, cuando en realidad somos eso, reflejo!
Aún así, seguimos sin identificarnos.
Gracias por este cachito más de ti.
Abrazos marinos desde la casi capital andalusí,
Maritxé ;)
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