60.- Las reales amenazas de la paz
Por muy cansino que nos
resulte, no tenemos más remedio que insistir en que somos nosotros –tú y yo-,
quienes desbaratamos el orden, rompemos la armonía, destrozamos el equilibrio,
trituramos la cohesión y fragmentamos la unidad, esos valores que son
determinantes en la construcción de un mundo en paz. Somos nosotros –tú y yo- los
que, con nuestros comportamientos antinaturales, irracionales e inhumanos contra
la naturaleza, contra los seres inanimados, contra las plantas, contra los
animales y, de manera especial, contra nuestros conciudadanos, impulsados por
vicios y por perversiones, constituimos unas amenazas permanentes para la paz:
inoculamos gérmenes patógenos que nos corroen por dentro, e infestamos a la
sociedad con unos venenos destructivos que nos enfrentan hasta la muerte.
Somos nosotros –tú y yo-,
los que, con nuestra avaricia, destruimos la relación con la naturaleza y con
las cosas; los que, con nuestra crueldad rompemos los vínculos que nos unen con
las otras personas; los que, con nuestros engaños, depravamos las funciones del
lenguaje: los que, con nuestros orgullos, disparatamos nuestra propia la
visión; y los que, con nuestra prepotencia, desintegramos la cohesión de la
sociedad. Lo digo de otra manera: el mayor enemigo de la paz está alojado
dentro de nosotros mismos, son esos impulsos irreprimidos, son esos
sentimientos perturbadores que, a veces, están camuflados con apariencias
benéficas, son esas bajas e incontroladas pasiones exclusivas de los seres
humanos porque, como tú sabes, no las poseen los demás animales.
José Antonio Hernández Guerrero
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